CAMPANAS AL
VUELO
Definitivamente Adviento es un tiempo de campanas. Acostumbrados
estamos a las campanas que avisan cuando están cerca los peligros, que
ahuyentan a los ladrones en la noche, que vigilan con alborotos los nidos de
las cigüeñas. Campanas que son alertas de vigilancia, viejas alarmas que
serenan la confianza.
Un gato juró a su gata que ya nunca más se casaría
por la iglesia porque, cuando más amor se estaban ofreciendo en el campanario,
les sorprendió un repique a fuego en la casa de enfrente… A veces molestan las
campanas, pero siempre son un regalo de mejor compañía. Las campanas vigilan la
conveniencia de los silencios.
La voz de Dios es la mejor campana.
Por eso hoy nos dice con sonidos de su corazón:
¡Velad!. No para que seamos carne de miedo, sino preparación de regalo. Como en
aquellas bodas del primer milagro cambió Jesucristo las tinajas de agua en
sabroso vino, hoy viene a canjearnos el asombro de la turbación por la sorpresa
de la esperanza.
Porque hay dos maneras de velad: la del que no
puede cerrar los ojos intuyendo la inmediata visita de los ladrones y la del
que ronda con los ojos cerrados porque las campanas de su corazón anuncian la
deseada presencia. La vigilancia por desasosiego o la vigilia del que aguarda con
ansia los amores.
Adviento es un tiempo de campanas. En cualquier
caso, hasta Navidad sus latidos no nos dejarán dormir con sueño profundo ya que
hay muchas cosas que cambiar en nosotros todavía (Pues creer que admite Dios a
su amistad a gente regalada y sin trabajos, es disparate. S. Teresa C. 2,3). Y
otras más que ahuyentar.
Mientras esto sucede, pidamos a Dios que no nos
falten las campanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario