15 noviembre, 2014

DOMINGO XXXIII del TIEMPO ORDINARIO. Proverbios 31, 10ss . Mateo 25, 14ss



DESIGUALES


Cuando niño sentía verdadera preocupación al ver cómo los pavos reales abrían el inmenso abanico de su cola tornasolada junto a los pavos comunes, que parecían sufrir la tristeza de no haberles correspondido más que grises en su vida. Unos y otros se escondían en sí mismos cuando tocaban a muerto las campanas.

Acaban de publicar una foto donde se contrasta el hombre más alto del mundo con el más pequeño. La lista de los más ricos frente a los que quieren saltar las vallas del olvido para conocer de cerca alguna dignidad que los acredite como personas. Nos llenan cada día de señales donde las figuras más hermosas también se pavonean al lado de la flacidez escasamente seductora. DESIGUALES somos, en lo que somos y en lo que tenemos, para que así podamos enriquecernos unos a otros con las diferencias. Fernando Savater advierte que ambas desigualdades suelen ser también hereditarias.

En el evangelio de hoy, Jesucristo nos muestra a un hombre adinerado que, al irse de viaje, convoca a sus empleados para que negocien con sus bienes hasta que vuelva: a cada uno le da según sus capacidades para obtener mayores beneficios. A todos, sin embargo, les da mucho porque un talento equivalía a unos treinta kilos de oro o de plata.

A la vuelta, unos han duplicado lo recibido y el último, con un talento solo, prefirió esconderlo bajo tierra y no sacar provecho de la responsabilidad.

Lo más llamativo de este relato es que no nos han dado la propiedad de lo que tenemos, sino la administración. Y toda administración debe ser generosa en la búsqueda de rendimientos, en no mirar el reloj cuando detrás de las horas hay provechos. Y limpia, para que no se queden pegadas al bolsillos las ganancias.

¡Tiempos corren de malos administradores!...


Hoy es el día de la Iglesia diocesana. Cada uno sabe lo que es y lo que tiene. No escondamos bajo tierra la maravilla.

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