DESIGUALES
Cuando niño sentía verdadera preocupación al ver
cómo los pavos reales abrían el inmenso abanico de su cola tornasolada junto a
los pavos comunes, que parecían sufrir la tristeza de no haberles correspondido
más que grises en su vida. Unos y otros se escondían en sí mismos cuando
tocaban a muerto las campanas.
Acaban de publicar una foto donde se contrasta el
hombre más alto del mundo con el más pequeño. La lista de los más ricos frente
a los que quieren saltar las vallas del olvido para conocer de cerca alguna
dignidad que los acredite como personas. Nos llenan cada día de señales donde
las figuras más hermosas también se pavonean al lado de la flacidez escasamente
seductora. DESIGUALES somos, en lo que somos y en lo que tenemos, para que así
podamos enriquecernos unos a otros con las diferencias. Fernando Savater
advierte que ambas desigualdades suelen ser también hereditarias.
En el evangelio de hoy, Jesucristo nos muestra a un
hombre adinerado que, al irse de viaje, convoca a sus empleados para que
negocien con sus bienes hasta que vuelva: a cada uno le da según sus
capacidades para obtener mayores beneficios. A todos, sin embargo, les da mucho
porque un talento equivalía a unos treinta kilos de oro o de plata.
A la vuelta, unos han duplicado lo recibido y el
último, con un talento solo, prefirió esconderlo bajo tierra y no sacar
provecho de la responsabilidad.
Lo más llamativo de este relato es que no nos han
dado la propiedad de lo que tenemos, sino la administración. Y toda
administración debe ser generosa en la búsqueda de rendimientos, en no mirar el
reloj cuando detrás de las horas hay provechos. Y limpia, para que no se queden
pegadas al bolsillos las ganancias.
¡Tiempos corren de malos administradores!...
Hoy es el día de la Iglesia diocesana. Cada uno
sabe lo que es y lo que tiene. No escondamos bajo tierra la maravilla.
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