DIOS DIBUJADO
Cada año debe buscarse la alegría profunda en la
fiesta de Todos los Santos. Si no fuera por ellos, el corazón de la Historia
tendría urgente necesidad de un marcapasos.
Vemos desfilar por el Apocalipsis una columna
interminable de hombres y mujeres vestidos de blanco, bañados en misterio,
transparentes de sangre, y con la misma perplejidad nos preguntamos: ¿quiénes
son? ¿A quiénes corresponde esa luz que nos duele en la agonía de la noche?.
Son los santos.
Cada semblante de esa muchedumbre tiene marcadas
las arrugas del tiempo y en el alma la tersura de haber hecho bien lo que
debían. Ellos han ido dibujando a Dios con el carboncillo de su circunstancia
y, aunque no es acabada pintura, como diría fray Juan en el capítulo 12 de su
Cántico, sus comportamientos han presentado al mundo el rostro de Jesucristo,
como quien enseña a plena luz del día la mejor obra de arte que puede acabarse
en esta vida.
Sólo cuando se tienen los ojos de Jesucristo en las
entrañas dibujados, se toma conciencia del asombro gozoso que supone
desprenderse de lo que no es Dios para compartir el bien y las cosas con los
que aún no llegaron a esa posesión.
Son los santos.
Los cristianos tenemos la suerte de que nuestro
Dios no es una fosforescencia que aparece de vez en cuando alrededor de la
luna, sino que tiene rostro en Jesucristo, manos y corazón en Jesucristo,
voluntad y besos en la persona de Jesucristo, muerte y vida en el Hijo de Dios
crucificado. Son santos los que trasladan al mundo de hoy el venero infatigable
de sus vidas, agrandadas por el milagro de la fe, quienes saben alegrar la
tristeza de los días en que el Maligno apaga el horno para que no se dore el
pan, quienes ponen leche en la taza vacía… siguiendo a Jesucristo.
Ya lo aconsejaba Epicuro: para corregir los vicios
y acrecentar las virtudes hemos de elegir un modelo. Los santos han elegido al
Hijo de Dios y hoy nos invitan a que sea también el nuestro: en cada mano un
carboncillo que comience a dibujar su rostro, en cada gesto un color, en cada
fuego la quemadura de la luz sobre lo oscuro… hasta llegar al equilibrio de una
obra de arte donde el amor sea un hechizo y su historia
una honda palangana donde lavar los pasos
equivocados de los hombres.
Los pájaros no tiene miedo a que se quiebre la rama
donde se posan: ellos confían en sus alas. Los santos, tampoco: Dios les ha
enseñado a volar.
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