PASTOR Y REY
Sin que Dios quisiera, el pueblo se enfrentó a
Samuel pidiendo un rey que les gobernase como a los demás pueblos.. El profeta
ungió a Saúl, a quien el Señor había señalado, y que estaba en el campo
buscando unas borricas que se le habían perdido a su padre. A Saúl Dios le
cambió el corazón y comenzó a reinar con el acierto del que estrena un corazón
nuevo. Pero un día desobedeció al Señor, comenzó su desvarío y se apoderó de
sus batallas la locura. David era como Saúl, hermoso, rubio, fornido y
pastoreaba las ovejas de la familia cuando Samuel le ungió para que sucediera a
Saúl en el reino de Israel. También a él Dios le cambió el corazón, pero no los
ojos, y después de haber visto desnuda a la mujer de Urías, detuvo los bienes
encomendados y se acostó con ella mientras exponía a su marido al inmediato
destino de la muerte… Los reyes del Antiguo Testamento se han movido entre
hermosuras, miedos, ovejas y pecados.
El Rey del Nuevo Testamento sólo conserva de
aquella realeza el pastoreo de las ovejas, la metáfora del redil y la
abundancia de pastos. Pero ni las maltrata ni las olvida ni saca provecho de su
lana, sino que las encauza desde la libertad, venda sus heridas que marcan las
largas noches oscuras y las acomoda con el sol de la tarde para que sesteen.
Los reinos personales (y los otros) se extravían
cuando nos atrevemos a cambiar el valioso corazón de la luz por el desorden de
lo que solamente cautiva. Hubo un momento en que se salieron las aguas de su
sitio y lo que fue a primera vista un acierto de riegos, se convirtió en dolor
a la tarde de la vida. Jesucristo Rey trae en su mano lámparas nuevas.
Hubo un momento en que pensamos vencer con
desobediencias lo que Dios había susurrado con amor para evitar las violencias
de la oscuridad. Creímos ser reyes de una vida que se abre y se cierra, como la
flor de la cintoria, sin saber por qué. Más tarde o más temprano los vientos
fuertes de la vejez o de la soledad o de la falta de salud quiebran el tallo
que desafiaba a los relojes… El Rey Jesucristo desenrolla sus vendas blancas de
curar heridas y nos permite entender que no merece la pena reclamar coronas de
cartón.
Hubo un tiempo en que dormir era perderé el tiempo
del disfrute. El ímpetu y los ingobernables deseos militaban a sus anchas como
guerreros que no precisan descanso. Pronto se quejaron los sosiegos al
atropello de las ansiedades. El Rey Jesucristo nos devuelve las horas de la
siesta para que el corazón recupere la paz de la indispensable y olvidada
contemplación,
Jesucristo es Rey. De otra manera.
(Foto: corona del Sacro Imperio)
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