(Foto: magnolio en flor)
LAS IMPOTENCIAS
DEL AGUA
Sembrado en la otra orilla, donde apenas si el agua
le llegaba, el magnolio no creció lo que todos esperábamos ni pudo desarrollar
el rosa de su flor tan blanca. Para más tristeza, la luz parecía inútil cuando
le llegaba cansada en los inviernos. Sin más agua que la escasa del viento, sin
que la luz le amara, el magnolio se fue muriendo entre descuidos.
Así el hombre. Así la vida.
Achicados por ausencia de la luz y del agua, es
frecuente ver a magnolios humanos cruzar el tiempo, los barrios, las casas, las
familias sin la flor necesaria. Aparentemente se puede vivir sin el agua
bautismal de Jesucristo, sin la luz de Dios, pero caerán pronto las flores a la
alfombra del suelo y los frutos, aunque vistosos, no serán sino granos vacíos.
El agua es impotente si no abrimos acequias
alrededor que favorezcan su visita: Dios no se desborda privándonos de
libertad. Si la luz de la fe tiene que abrirse paso, a codazos, ante una
multitud de sombras, llega débil al verde de la hoja. El libro de los Hechos, en su capítulo de hoy,
identifica a Jesucristo como el que pasó por el mundo haciendo el bien gracias
a que Dios lo acompañaba. El magnolio sin agua y sin luz no perfuma ni
hermosea. El ser humano, sin la sustancia del Bautismo, sufre la soledad de los
desiertos.
Bautizados, nos incorporamos a la familia del que
salva de la mejor manera, como refiere Isaías, sin gritos, sin clamores, sin
voces por las calles del alma. Dios salva en musical silencio y hoy nos pide unirnos a esa
tarea eficaz y callada. Gamoneda lo perfila en un ramo de profundas palabras:
La música se alza
de un pozo de silencio,
es labranza del aire
y ha entrado en mí. Ahora es
música mi pensamiento.
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