RAZONES DE LA
NAVIDAD
Así como el arte
--escribe Pessoa— es la interpretación individual de los sentimientos
generales, la Navidad es la manifestación visible de Dios que anuncia todo lo
que aún no ha nacido en nosotros.
Por eso, en Navidad se recupera algo de la cuna
perdida; como en un rompecabezas, vuelven a juntarse las esquinas rotas de los
espejos que fue quebrando la vida a golpes de desilusión y de martillos. Los
mazapanes que se ofrecen nos muestran la dulzura que queda en los rincones de
un tiempo en el que ser feliz consistía en apretar una mano o en recibir el
flujo de una oración que le habíamos robado a la tristeza.
Se nos abren las carnes del espíritu en Navidad
porque la Palabra de Dios desconocida ha sido nuevamente pronunciada. Y porque
en los pliegues de su letra viven escondidos los crecimientos de nuestro
corazón, los desvíos del porvenir que su bondad nos proponía, las novelas de
amor que nunca escribiremos y los poemas. Todos los poemas.
En la Palabra hecha carne y vida, se solivianta
nuestra carne y nuestra vida, ya que Dios viene para eso, para ser invitado a
la resurrección de nuestros nacimientos.
En Navidad, además, tenemos la suerte de ver, desde
los ojos de hombre, aquellos ojos de niño que también fueron nuestros y que
tenían escondidos, debajo de la luz, un rebaño de sombras. Ojos que lloraban
por el desajuste de las sábanas pequeñas, porque no se tenía bastante con la
leche de un pecho solo, porque nos tocaban la cara para que hiciésemos una
gracia y no podíamos responder, en la inconsciencia, a ninguno de los
impertinentes. Recobrar lo ignorado, pero que también fue vivido, es Navidad.
Dios acampa entre nosotros con la misma intención
que aparece el sol en los inviernos: para encendernos el frío y recuperar los
desalientos. Y su Palabra se queda con el deseo de que pongamos verdad y
sentido a nuestra conversación. Dios acampa entre nosotros porque seguramente
no pudo soportar más tiempo vernos desde allá arriba tan desamparados aquí
abajo.
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