08 agosto, 2014

DOMINDO XIX del TIEMPO ORDINARIO. I Reyes 19, 9ss . San Mateo 19, 22-33


 EN EL SUSURRO


En el Antiguo Testamento y en el Nuevo, en la angustia pequeña de todo ser humano es una constante aguardar a Dios  --entre la niebla lo esperaba Machado— y confundirlo con el asombro, con el fuego o el ruido, con las migajas de luz que caen de la rebosante mesa de la luna.

Con el primor de las mejores palabras, el autor sagrado nos narra cómo el Señor invita a Elías a esperarlo.. Antes de que llegara, el profeta sufre terremotos, incendio y soledades… en ninguno estaba el Señor, nada de eso era el Señor. Por fin, escucha un susurro  y en él ve a Dios estremecido. Se cubre el rostro con un velo e intenta soportar el peso de tanta luz. Dios en el susurro.

…Con las ventanas de la casa abiertas, el creyente debiera asomar su corazón cada mañana a esperar que se llenara con la paz contagiosa de la palabra divina. Ni en el río de las perplejidades. Ni en el asombro feliz de las familias. Ni en el fuego temprano de los amores Dios está del todo presente. Sólo en el susurro, en el fugaz bisbiseo de su boca escuchada. En la oración Dios descubre, sin velo, el vuelo de su transparencia.

CON EL VIENTO EN CONTRA.

Estremecedor el relato de san Mateo, que perfila detalles y personajes, en el capítulo de su tempestad calmada. Envuelto en abundantes matices, en este evangelio destaca, más que en ninguno, la presencia de Jesús y el miedo a que no esté.

Se trata de la metáfora más completa de cómo iba a ser la Iglesia con los vientos contrarios intentando alejarla de la orilla… El caminar nebuloso de Jesús sobre el agua, la decisión de Pedro al saltar de la barca, la falta de fe al suceder todo en la noche… Como en el susurro de Elías, Jesús presente haciendo que por fin susurre el agua.


En la Iglesia tendremos viento contrario. Siempre. Los enemigos magnificarán sus errores y jibarizarán sus grandezas. Los que hostigan con sus propuestas la calma de las aguas para que haya vientos en contra, se afanan inútilmente en enfriar la hermosura constante de su caridad. Jesús baja del monte a cada rato, revestido con la fuerza de haber hablado con el Padre baja, baja con el coraje sereno de la Verdad. Le acompaña el susurro que espanta las palabras inútiles.

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