17 agosto, 2014

DOMINGO XX del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 15, 21-28

CENTINELAS DE LA FE


Al atardecer regresa la melancolía y comienzan la vida y las cosas a oscurecerse. Ya , a la noche, sólo confiamos en vagos resplandores y en el tintineo blanquiazul de las estrellas para que no venga la sombra a robarnos del todo la poca luz que nos queda.

Por lo que nos dicen los místicos y por la propia experiencia sabemos que la fe también es noche. Una noche que precisa de centinelas para que no se vuelvan ciegas las almas como si vinieran de bañarse en la sombra.

-El PRIMER CENTINELA es el Señor. Si Él no vigila la casa, apenas si pueden defendernos los guardianes, viene a decirnos el salmo. Él patrulla la noche espantando peligros de lunas locas, achicando los abismos de la soledad. Él aleja con sus manos el aleteo imprudente de algunas mariposas.

-EL CENTINELA SEGUNDO debiera ser la preocupación constante por purificar los modos de la fe recibida, las telas de araña que pueden encerrarla en las posturas de siempre, en lo que se nos ha reconocido como único. El pueblo elegido es ahora la Iglesia y todos los que llevamos las señales de su amor en la frente y en las actitudes. No hay extranjeros en ella.

-EL TERCER CENTINELA es el más delgado, el que suele desmayarse en la primera guardia, sobre el que parecen haber caído encima todas las tormentas de la duda. Podríamos decir la que la voluntad es el centinela tercero. Y, más que vigilarnos, él necesita ser vigilado.

Las vitaminas con se robustece lo débil en la voluntad comienzan por la DETERMINADA DETERMINACiÓN con que la Madre Teresa eligió una forma indiscutible de ser santa. Para fortalecer esa disponibilidad de seguir los pasos de Cristo, las energías se nos dan en la oración y en la Eucaristía. Desde ellas, en activa duermevela, dejan de preocuparnos las criaturas y todo lo criado, las fuentes en donde nacen las sombras y el angustioso, incierto porvenir. La Eucaristía y la oración son el gimnasio donde la sola presencia de Jesucristo nos permiten levantar las pesas de la duda y hasta las pesas de la humillación que sufre, inexplicablemente, esta mujer cananea del evangelio en el aparente desprecio de Jesús.


Feliz de ti, María, porque has creído, es el abrazo con que saluda Isabel la visita de su prima. La felicidad como consecuencia de la fe… cualquier otra alegría que no venga de ella, podrá considerarse como un apacible entretenimiento.

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