CENTINELAS DE LA
FE
Al atardecer regresa la melancolía y comienzan la
vida y las cosas a oscurecerse. Ya , a la noche, sólo confiamos en vagos
resplandores y en el tintineo blanquiazul de las estrellas para que no venga la
sombra a robarnos del todo la poca luz que nos queda.
Por lo que nos dicen los místicos y por la propia
experiencia sabemos que la fe también es noche. Una noche que precisa de
centinelas para que no se vuelvan ciegas las almas como si vinieran de bañarse
en la sombra.
-El PRIMER CENTINELA es el Señor. Si Él no vigila
la casa, apenas si pueden defendernos los guardianes, viene a decirnos el
salmo. Él patrulla la noche espantando peligros de lunas locas, achicando los
abismos de la soledad. Él aleja con sus manos el aleteo imprudente de algunas
mariposas.
-EL CENTINELA SEGUNDO debiera ser la preocupación
constante por purificar los modos de la fe recibida, las telas de araña que
pueden encerrarla en las posturas de siempre, en lo que se nos ha reconocido
como único. El pueblo elegido es ahora la Iglesia y todos los que llevamos las
señales de su amor en la frente y en las actitudes. No hay extranjeros en ella.
-EL TERCER CENTINELA es el más delgado, el que
suele desmayarse en la primera guardia, sobre el que parecen haber caído encima
todas las tormentas de la duda. Podríamos decir la que la voluntad es el
centinela tercero. Y, más que vigilarnos, él necesita ser vigilado.
Las vitaminas con se robustece lo débil en la
voluntad comienzan por la DETERMINADA DETERMINACiÓN con que la Madre Teresa
eligió una forma indiscutible de ser santa. Para fortalecer esa disponibilidad
de seguir los pasos de Cristo, las energías se nos dan en la oración y en la
Eucaristía. Desde ellas, en activa duermevela, dejan de preocuparnos las
criaturas y todo lo criado, las fuentes en donde nacen las sombras y el
angustioso, incierto porvenir. La Eucaristía y la oración son el gimnasio donde
la sola presencia de Jesucristo nos permiten levantar las pesas de la duda y
hasta las pesas de la humillación que sufre, inexplicablemente, esta mujer
cananea del evangelio en el aparente desprecio de Jesús.
Feliz de ti, María, porque has creído, es el abrazo
con que saluda Isabel la visita de su prima. La felicidad como consecuencia de
la fe… cualquier otra alegría que no venga de ella, podrá considerarse como un apacible
entretenimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario