SOPORTAR LA MUDANZA
-¿Qué es la playa?, le pregunté a un niño de ocho años hace más de cuarenta.
-Es el sitio donde descansa el mar, me respondió titubeando.
Pero los creyentes, desde que a Abraham le pidió Dios que saliera de Ur en busca de la Tierra Prometida, no tenemos descanso. Nacemos y ya toda la vida es un exilio, una permanente huída, una vajilla entera de vasos que se quiebran. Hoy lo vemos claramente en san José: "toma al Niño y a su Madre y vete a Egipto... vuelve a hacer el equipaje con ellos y regresa". La Sagrada Familia de permanente mudanza. El ser humano siempre con sus maletas a cuestas.
Las familias de hoy también tienen que mudarse, ir de un sitio para otro por cuestiones políticas o buscando mejores circunstancias. Salir de la tierra de uno, por más que pueda ser mejor aquella a la que vamos, supone un dolor pequeño de aguja que dura toda la vida, una nostalgia que llega de pronto, por las tardes, a robarnos la luz de los primeros horizontes. Y lo mismo sucede cuando hemos de cambiar por dentro: dejar atrás el tibio desgarro de la rutina, vaciar los contenidos del amor en la copa de los otros que van llegando, trocar pecado por virtudes; encontrarse de pronto con que los hijos han crecido y hablan ya de otra manera y piden cosas y duermen en sombras que nunca nosotros conocimos...
Mudanzas en la Sagrada Familia y mudanzas en las familias que no son tan sagradas. ¿Cómo soportaron ellos tanto ir y venir, tanta inseguridad en los trabajos y en el desarrollo de sus destinos?.
La fe en Dios que mantuvieron inquebrantable los esposos fue siempre la fuerza en su debilidad, la energía en su tribulación: Sólo la mano de Dios es capaz de alisar en las maletas las arrugas de tanto viaje. Y un amor labrado a base de esperanza, respeto, comprensión y misterio. Sin esta doble riqueza será más costoso llegar a la última estación donde se acaba el recorrido y en la que únicamente se nos permitirá una bolsa de viaje con en llanto en los pañuelos de todas las despedidas.