20 septiembre, 2005

DOMINGO XXV del Tiempo ordinario. Mt.20, 1-16

La otra justicia
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Nadie puede decir que estamos solos. Nos acompañan los sentimientos colectivos, las palabras colgadas en el aire, la memoria de los antepasados, la estupidez también, el amor, las propias y las ajenas ambiciones... A los cristianos, nos acompaña sobre todo la Sagrada Escritura, la Iglesia, los sacramentos.
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Depende que lo humano o lo divino sea prevalente en nuestras vidas, para que nos inclinemos por lo uno o por lo otro. La justicia humana es dar a cada uno lo suyo; la divina, dar a cada uno lo de Dios. De ahí que sea igual decir justicia divina que misericordia. Tan lógico es cobrar un denario por el trabajo de todo un día, que por asomarte a la viña y cortar los últimos racimos. Dios es así, pero tiene uvas para todos.
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EL tajo
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Amós advierte deliciosamente en el comienzo de su libro: "Yo soy uno que tajea los sicómoros". Lo recuerda también el papa Benedicto XVI hablando de San Basilio.
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...El que tajea los sicómoros. Ya sabéis que los sicómoros son esa especie de higueras silvestres que dan mucho fruto, pero desabrido: gran cantidad de higos sin sustancia. No obstante, un tajo en el sitio adecuado y se convierten los frutos insípidos es hebras de dulzura.
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Nuestras humanas maneras de ver las cosas se multiplican también en frutos que no saben a nada o saben a muy poco. Sólo cuando la fe da un tajo a la simpleza, se convierte la rutina en maravilla, la justicia en caridad y el solo denario en abundancia.
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Sin envidia
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La envidia siempre va detrás de la gloria. Pronuncias sólo la palabra amor y se te llenan los labios de moscas solitarias. Procura no asomar demasiado la cabeza para no darle motivo a los envidiosos a que afilen sus hachas. La historia está llena de tristezas amarillas que es lo que queda en los envidiosos después de ver cumplidos sus deseos.
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Ellos están ahí, agazapados en la sombra, muertos de frío pero amparados por el hechizo de su maldad.
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Dejad que me cite en La Hora deseada: "Los envidiosos --pensaba la madre Teresa-- son igual que torres que crecieran de pronto con el único fin de que se estrellen, como pájaros ciegos, los sueños más amados".
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"A los envidiosos se les ve cuando ya están encima, cuando ya no hay posibilidad de esconder las galas del alma. Ellos hieren, con el verduguillo de sus mentiras, lo que se tarda años en conquistar. Son envidiosos porque se acostumbraron a vivir en su propio fracaso y no descansan hasta acabar con los que no hemos podido acostumbrarnos".
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"La envidia es una boca grande que se come a sí misma".