30 mayo, 2015

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. Mateo 18, 16-20




…y yo estaré con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo.

Mateo 18, 16-20

PRESENCIAS


Repaso las fotografías y ya no está casi ninguno: se han ido deslizando todos por la pendiente de las umbrías; aunque quedaran en las raíces de los árboles que se ven, a ellos no les ve nadie estremecerse ni romper las costuras de la luz ni asomar su boca a las palabras. Ya no están, aunque nos miren. Se nos han quedado ciegos los ojos para verlos, seca la piel para tocarlos… Hoy, por eso, escuchar del Maestro decir que se quedará con nosotros para siempre, me relaja el dolor de lo perdido.

Creo que fue Nietzsche quien se lamentaba: No hay mayor sufrimiento que la ausencia de los que queremos… También nosotros podemos referir desde Jesús: No hay mayor gozo y fortaleza que la presencia de los que amamos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

Ay fray Juan de la presencia, cuánto duele hoy, a la tarde, que estén fijos los corazones y las manos que aún vemos en las viejas fotografías en las que al parecer se detuvieron, estranguladas, las esperanzas. Cuánto se lamenta la juventud que tuvimos, lo desaprovechado de los embelesos. Hasta las pisadas alcantarillas de la vida, arrastró el agua de lluvia los rostros amados, la fuerza con que sosteníamos el mundo…

Menos mal que el Maestro, el Hijo de Dios, hoy nos recuerda que la soledad es un sentimiento equivocado, porque Él nos promete su compañía hasta el fin de los tiempos.









23 mayo, 2015

DOMINGO DE PENTECOSTÉS Hechos 2, 1-11 . Juan 20, 19-23

DOMINGO DE PENTECOSTÉS


Pasan los siglos y con ellos la lentitud de lo que somos, los temas permanentes, el alma y sus paisajes de siempre: vida, muerte, amor y duda, gozo y tristeza de mirar al reloj y no saber cuando se nos clavarán las agujas.

Llega Pentecostés  --el Viento de Dios que nunca estuvo ausente-- y nos sorprende otra vez desamparados. Igual que los amigos de Jesús en este intencionado evangelio de san Juan, estamos, como la tarde, a oscuras; con miedo, porque siempre hay alguien a quien sufrimos o basta con que nos suframos a nosotros mismos; tristes por las ausencias, incluso de aquellas presencias que nunca tuvimos. Y en pecado. Y en pecado...

Así aguardaban los apóstoles a la Llamas de Amor salidas del Corazón del Maestro, como lenguas que habían de lamer con fuego frío su soledad.


El tiempo, ese dolor que rueda con los años, nos devuelve hoy el amor de Dios como se entregan en una bandeja los deberes cumplidos: TIEMPO DE LUZ, para que veamos claro, incluso en las noches de dormidas estrellas, sabiduría de lámparas que atraviesan los muros de la enfermedad, del cansancio o la desidia; luz de libro que saca las manos de las hojas para que no falten en las palabras los abrazos. TIEMPO DE ALEGRÍA porque en Dios cesa el cansancio de los apetitos y Él, que traspasa las horas de los relojes como quien parpadea, nos cuenta cosas estremecedoras, encontrados paraísos en el Paraíso del Padre. TIEMPO DE MISERICORDIA nos trae Pentecostés, igual que el mar no se cansa de repetir su aullido y su oleaje. Bañados en el barro de la limitación, Dios nos ofrece hoy el incendio besado de un fuego que deleita. Dios le pague a Dios tanta abundancia.

10 abril, 2015

DOMINGO II de PASCUA. Hechos de los Apóstoles 4, 32-35






LOS CAMBIOS DE LA PASCUA


Los tres versículos del capítulo cuatro de los Hechos de los Apóstoles, son, cada uno por separado, lingotes de oro para el pensamiento, el cambio y las palabras.

Cristo ha resucitado y ya nada debe ser lo que ha sido. Su Espíritu acecha entre los sicómoros de Jericó, se torna denso en los olivos de Jerusalén y exige una canción nueva para una vida diferente.

Aquellos primeros seguidores del Resucitado pensaban y sentían lo mismo, como subidos a una misma barca en la que se reflejaban azules los mismos horizontes. Cada uno con sus ojos veían distintos los rizos del agua, pero el agua era la misma. Pensaban, agradecidos, en las huellas imborrables que les marcó Jesús. Y lo sentían en su corazón lo mismo que siente una palmera las locuras del viento.

Dios los veía con agrado por el valor que tuvieron de defender lo suyo. Aireaban a sus discípulos con amor la figura del Hijo Resucitado y sólo sentían tristeza por el miedo que tuvieron antes de conocerlo… Me ha llegado una referencia del primer ministro británico, Cameron, felicitando en la Pascua de Resurrección a todo su pueblo y agradeciéndoles la tarea común de enriquecer al mundo desde los valores del cristianismo, hoy tan perseguido.

…Aquí, en España, a los políticos se les congela la palabra si tienen que hablar de Dios: ellos se debaten entre los votos y las sombras; temo que la luz, en medio, sea testigo algún día de cómo se ausentan las esperanzas. ¡Dios salve a América!, claman los presidentes de Estados Unidos y aquí, con la falta que nos hace, eso se pide casi en secreto únicamente en las iglesias, no vayan a ofenderse los descreídos.


Por último, nadie pasaba necesidad, refiere San Lucas en su libro… En Dios cesan todos los apetitos, escribe san Juan de la Cruz. Sin Dios, en seguida comienzan a florecer los egoísmos… Pascua es Dios que pasa y nos conviene de cualquier manera hacerle sitio.

21 marzo, 2015

DOMINGO V de CUARESMA. Juan 12, 20-33





CUALIDADES DE LA NOCHE

Es profundamente significativo que unos gentiles quieran ver a Jesús, se lo propongan a Felipe, éste a los demás apóstoles y el Maestro, cuando se entera, responda con el discurso del grano de trigo y de la muerte.

Morir como condición para ver al Señor.

Morir, en este lenguaje de fe, es adentrarse en el espeso bosque de la noche. Morir para dar fruto es la única forma de nacer para que no se acabe el regalo de la vida. Y la noche de la muerte requerida para ver a Jesús tiene un sin fin cualidades que en tres pueden quedarse:

ES OSCURA. A la noche del trigo muerto le acompaña el velo negro del desprendimiento. Morir es dejar que vivan dentro y sin luz, a solas, las esperanzas. Atreverse a cerrar los ojos y mirar cómo se alejan en su olvido las costumbres y las cosas. Irse a la sombra dejando el resplandor clavado en la impotencia carnosa de los párpados. Y todo esto, para qué… para que se multiplique dentro el ansia de la vida, para que aprendamos a confiar en el Señor… Bastaría con eso si la fe en el amor de Dios creciera.

AUNQUE OSCURA, ES GUIADORA, porque la fe husmea en la noche hasta que encuentra en ella el tesoro escondido de la luz. De ahí que san Juan de la Cruz escribiera:

¡Oh noche que guiaste!;
¡oh noche amable más que la alborada!;
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
Amada en el Amado transformada!

La noche de la fe es un sueño largo, pero es un túnel que acaba en el abrazo luminoso del Padre donde los llantos de la sombra acaban cuando es capaz en el horizonte de estallar el día.

LA NOCHE ES SABIA

Una vez que rompe la mañana ya no vuelven los ojos a cerrarse. Ya la espiga reclama su derecho a salir de la tierra donde la muerte le enseñó a reconocer dónde estaba la vida. Escribe fray Juan divinamente que cuando se encuentra a Dios cesan todos los apetitos…

La sabiduría, en la escondida noche, nos ha abierto el conocimiento para que no nos conformemos con las migajas que el mundo y sus placeres puedan darnos, sino que vayamos derechos al banquete donde no acaban las frutas ni las presencias dichosas, en el único lugar donde continuamente crecen las alas de la música.


Queremos ver a Jesús?… Habrá que preguntarle al grano de trigo cómo puede uno morirse sin que nos caiga encima toda la sombra.

07 marzo, 2015

DOMIN GO III de CUARESMA. Éxodo 20 1-14. Juan 2, 13-25

(Foto: En Las Ermitas de Córdoba. P.V.)


EL REGRESO A LA ESCLAVITUD


Se ha repetido con frecuencia que nos pasamos la vida reclamando libertad para luego no saber qué puede hacerse con ella.

De sujetar a todas horas los cordeles que movían los barros, tenían las manos agrietadas. Y los pies, de tanto pisar la paja contra el lodo, no eran capaces de caminar hacia ningún destino. Aquellos faraones y sus esclavitudes habían hecho intransitable la vida de tantos judíos que alcanzaron Egipto creyendo estar cerca de la tierra prometida. Pero no. Las pocas horas de su descanso las empleaban en pedir libertad afinando cada día los violines de la palabra.

Y uno de eso días Dios les propuso, no la libertad, sino los modos para alcanzarla… Lo que vino después,  las arenas y las infidelidades, el maná, la rutina y los cansancios, está minuciosamente relatado en la Sagrada Escritura. Las condiciones de Dios se podían reducir en una frase: para conseguir la libertad es indispensable el exilio.

Después de largas travesías, aquella multitud tiene por fin a tiro de piedra lo tan insistentemente deseado. Dios será su Dios y ellos serán su pueblo. Dios saciará sus hambres y alejará sus miedos. No habrá más sangre en los dinteles de sus puertas ni tristeza de madre por los hijos maltratados. La libertad que trae Jesucristo se ha de derramar en sus voluntades como un agua perezosa sobre los desiertos.

Sin embargo, Jesús vio que el hombre, una vez más, no había entendido el gozo de ser libre. Ahora elige lo sagrado para esclavizarse con usura y engaños a las puertas del Templo. Cambia y negocia la libertad y el amor que tanto ha costado conseguir. El hombre regresa a la esclavitud e los porcentajes y las ganancias desmedidas, a las injusticias, a las nuevas cuerdas que arrastran los nuevos barros de las intrigas. De nuevo mancha irresponsablemente las inocencias del amor.

Ese es el motivo por el que Jesús lo arroja del Templo. Dolor le ha costado trenzar con sus manos un látigo que también hoy moja con el llanto de lo irremediable.