18 diciembre, 2010

DOMINGO IV de ADVIENTO. Isaías 7,10-14 ; Mateo 1, 18-24

San José. Cat. de Palma

SEÑALES Y SUEÑOS

Contamos los pasos que faltan, como locos ardiendo en la impaciencia. Belén es el corazón del mundo y está a un paso. A un paso de todo también está la duda, la altura más alta y el abismo. Dios en su anchura vive a un paso.

Este cuarto domingo de adviento se lo dedica la Iglesia a las presencias ejemplares de María y de José, mientras ellos se miran intensamente tratando de adivinar la luz que hay detrás de sus ojos, el porvenir de su abrazada perplejidad. En el libro de Isaías, Acaz no quiere pedir una señal para no tentar a su Dios: le basta con notarse un fuego en el pecho y saber que sólo la zarza de la fe arde sin apagarse... Hay señales que no precisan más explicación, están ahí dejando en el alma un no sé qué que queda balbuciendo. Por otra parte, quien pide señales, está sin querer desconfiando. Los amores bien urdidos se bastan en su locura a sí mismos, por eso la Virgen contempla y vive su llenura de gracia con la misma naturalidad que sale un hijo a la vida.

San José, no es que haya pedido señales, sino que su justicia no puede cobijar tanto asombro en el misterioso embarazo de su esposa, y piensa refugiarse en su secreto y en su soledad abandonando a María antes de que la ternura le venza. Un ángel del Señor, sin embargo, aguarda a que se quede dormido y le convence en sueños de la integridad de su esposa, a la par que le pide otra manera de vivir con María, el más alto oficio de padre y el ejemplo a un Hijo que ha venido para derramar en el mundo todo el amor de su Padre... Y es que cuando los sueños son de Dios, se entiende todo y se abre, como boca de volcán, la inteligencia.

Dios se va explicando, cada día, en la vida.

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