14 enero, 2012

II DOMINGO del TIEMPO ORDINARIO. I Samuel 3,3bss ; Juan 1,35-42

Molino y nubes

LAS VOCES Y LOS ECOS


Se detenía de vez en cuando don Antonio Machado a distinguir las voces de los ecos, como la mejor medida para no caer en el engaño de los fuegos artificiales. Hoy nos llaman, como a Samuel en la noche, y no sabemos si es el amor o el viento que se derraman ansiosos en la palabra. O el eco de pretensiones incumplidas. O la tristeza vieja con máscara de risa. Lo cierto es que Dios nos llama cada día y lo confundimos con el frutero, con el vendedor de mantas o con cualquiera que nos traiga una respuesta inmediata a la necesidad. Buscamos sólo pañuelos para el llanto...

Dios se escucha en el silencio y se ha aprendido nuestro nombre de memoria para llenar de ternura esa palabra que sale de sus labios y que es única en el modo de pronunciarla. Por más Samueles que haya, para cada uno guarda Dios su entonación. Como en la yema de los dedos, cada nombre tiene su raya y su dibujo inconfundibles.

Oír la voz de Jesucristo, ese es el desafío de nuestra época, para vivir la comunión cristiana desde la singularidad del que se siente elegido en la voz de un nombre que se ajusta a los labios de Dios de diferente manera. Oírlo. Distinguir las voces de los ecos y pasarse con Él la tarde, desde las cuatro en que lo vio Juan, hasta el mayor conocimiento de saber dónde vive, qué secreto guarda, qué luz le llega del cielo cuando mira.

Nada hay más gratificante que el saberse amado en el corazón particular de Su Palabra. Nada conviene más que salir al encuentro de Su Voz, engalanada con el timbre de la fidelidad, igual que el molino sale todas las mañanas al viento hasta que el grano se transforma en harina. Hasta que podamos aprender del todo que ser cristiano es, fundamentalmente, una preocupación porque no se acumule cerumen en los oídos.

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