31 mayo, 2014

DOMINGO de la ASCENSIÓN del SEÑOR. Mateo 28, 16-20

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. Hechos 1, 1-11 ; Efesios1, 17-23; Mateo 28, 16-20

CONVENCIDOS

Según Octavio Paz, la poesía no es la verdad, sino la resurrección de las presencias. Entonces, vivir cristianamente sería vivir poéticamente, porque nuestra misión de creyentes no es otra que la de resucitar las presencias de Cristo en cada acontecimiento, en cada toma de posición, en cada pálpito de la vida.

Este resucitar las presencias es de obligado cumplimento porque ahora nos toca vivir solos, sin la palabra del Maestro que corrige, sin la fuerza de su mano, sin sus ojos. Nos queda, sin embargo, su Espíritu, que es su Amor hecho Viento y caracola, suavidad que desata las cadenas del alma; vendaval, también, que empuja a la sinrazón de los abismos. Nos queda su Espíritu, pero estamos solos con la inmensa carga de su memoria, con la eterna preocupación de no saber si seremos capaces de resucitar debidamente sus presencias.

Jesús asciende hoy al cielo y ahora nos queda el sabor de su agua ofrecida en otro cántaro, una loca manecilla de reloj en la muñeca del tiempo, un Gólgota sin sangre cambiado en escalera de llegar al Padre.
Ahora nos toca vivir sin Él. O con Él vivir de otra manera. Nos toca amamantarnos del pecho de su memoria viva. Es Él, siempre será Él, vivo y nuevo en la Iglesia, pero sabiendo que algo también lo hemos desfigurado con humanas interpretaciones, algunas cicatrices tiene de nuestras viejas heridas. Lo vemos, lo vivimos, pero como se ven las cosas, como se viven y se ven los rostros desde unos ojos bañados en lágrimas.

Más que nunca hoy pedimos con san Pablo que el Espíritu nos dé sabiduría y revelación para su entero conocimiento. Al menos, para un conocimiento suficiente que nos permita convencernos de que lo mejor que podía pasarnos en la vida es creer en Jesucristo y gritarlo misioneramente en las esquinas de cada conversación, ante las cabezas más duras y los corazones más helados.

Convencidos para que no parezcan una ridiculez los gritos al mundo. Porque llevamos, sin saberlo, cascadas de luna en las palabras, mientras los músculos de la verdad mueven las manos y los brazos hasta resucitar del todo la presencia de quien se nos ha ido para que aprendamos solos el oficio de vivir, sin que por eso se olvide de la promesa que nos hizo de no quitarnos nunca los ojos de encima.


(Foto: Al atardecer)

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