13 septiembre, 2014

DOMINGO XXIV sdel TIEMPO ORDINARIO Juan 3, 13-17

Cristo de Gauguin


CON SOLA SU FIGURA


Al pensar como hombres (tampoco podríamos pensar de otra manera), hubiésemos elegido una salvación más sencilla, parecida a la de levantar la mano y bendecir o la de presentarse ante los escombros de la vida con inteligencia y levantamientos de arquitecto. Sin embargo, Jesucristo eligió la Cruz para salvarnos y es inútil preguntarle las razones, aunque podríamos concluir entendiendo que su Cruz es el signo supremo del amor, la demostración más abnegada de la entrega: nadie puede creer que su cruz es la más grande después de haber mirado la suya.

Aquella Cruz sigue repartiendo madera en algunos países donde se mata por no creer, en muchas familias deshechas por hijos enfermos que miran y no ven, paraplégicos o enganchados, sin trabajo y al borde de arruinar las esperanzas. Hoy Jesucristo ya no muere en la Cruz, nos salva con sola su figura, dándonos a comer el Pan de su Cuerpo, sacando con su mano las astillas clavadas en nuestra circunstancia, dando sentido al horizonte de la Historia. San Juan de la Cruz es el capitán de aquellos que creemos que la hermosura salva y que Jesucristo es la hermosura toda, la conciencia de la luz acristalada.

Con las distancias salvadas, cada uno de nosotros puede seguir los pasos del Señor con la presencia y la palabra serenadas.

En nuestro entorno, hay personas como gigantes que se acercan arrinconando las sombras, dando manotazos a la tristeza: son los salvadores de la mañana que dan los buenos días, sonríen y ahogan en los pozos profundos los sinsabores. Con sola su presencia. Otros, también, son ellos mismos la oscuridad, los fantasmas de la memoria que van dejando en el camino del porvenir, como el niño del cuento, migajas resecas de tiempos perdidos.


Jesucristo nos salva hoy con sola su presencia. Y nosotros somos sus repartidores de pan, su pequeño almacén de buenas voluntades.

No hay comentarios: