12 diciembre, 2009

DOMINGO III DE ADVIENTO o DE GAUDETE. Filipenses 4,4-7 ; Lucas 3, 10ss




ALEGRES EN EL SEÑOR

El domingo III de Adviento también se llama de Gaudete, o de gozo, porque toda la liturgia gira en torno a la alegría motivada por el nacimiento del Hijo de Dios.

Del mismo modo que no es concebible un santo maleducado, tampoco es imaginable un santo triste que, en labios de santa Teresa, no pasaría de ser un triste santo. El hecho sólo de aguardar a quien viene, de ponerle estrellas a la noche del mundo, ya es suficiente como para echarnos a las calles del alma con las panderetas que anuncian nuestra liberación.

En nuestras liturgias a veces se confunde la alegría con la falta de respeto, el gozo con la vulgaridad. Es cierto que en cada Eucaristía deberíamos rebosar de contento porque también nosotros nacemos cuando comulgamos. Faltaría ensamblar con mejor gusto los gestos y las canciones con la elegante hermosura del Dios aparecido.

Nosotros, alegres y esperanzados en el Niño Jesús, hemos escrito esta tarjeta de Navidad que os ha de llegar con el sentido fraterno de siempre:

Por las rendijas de la noche. Por las del olvido y la indiferencia de algunos grupos sociales. Por los agujeros de la soledad o el sufrimiento de los enfermos. Por las grietas de los parados y el asombro interminable de los pobres. Por el vacío de conciencia de quienes legislan contra la vida. Por encima y por debajo de las muchas sombras... En fin, por las ranuras de todas las puertas, como hace la luz, Dios se abre paso y nos alumbra en el nacer de Jesucristo.

CADA UNO CON SU DEBILIDAD

Este cuadro de Tiziano nos presenta a un Juan Bautista, entre adolescente y joven, signo primero de la alegría de este domingo, y anticipo de una espléndida madurez que va a acompañar la sabiduría de las respuestas a quienes hoy le siguen y le preguntan. Después de un contagioso anuncio del Mesías, el mismo san Lucas divide en tres grupos a los preocupados por mejorar.

Los primeros que desean cambiar son los gentiles, es decir, el pueblo en el que todos estamos representados. Nosotros, desde Juan, pretendemos actualizar sus respuestas: Por costumbre, tenemos más cosas de las debidas sin advertir a los que carecen de lo imprescindible. Por costumbre llenamos los armarios con ropas para cada ocasión y seguimos con un frío en los huesos que no remedia el abrigo. Por costumbre cerramos las manos y los ojos al dolor o a la pobreza de muchos. Es hora de sacar las túnicas de los armarios antes de que la polilla ponga en evidencia los agujeros del egoísmo.

Los publicanos tampoco saben qué hacer ante la venida de Jesús. No carguéis a nadie con fardos que pesan demasiado, les argumenta san Juan, fardos que vosotros no seríais capaces de soportar. Sed comprensivos con los débiles, porque Dios se acomoda a los pasos del hombre y ofrece horizontes de eternidad para los lentos.

También los militares se sienten interpelados por el anuncio de Juan y solicitan las claves para ordenar sus vidas... No extorsionéis a nadie. Demostrad que verdaderamente sois poderosos poniéndoos a la altura de los humildes. Y conformaos con lo que cada uno tiene sin quitarle a los demás lo que aún no os pertenece.

Con estas normas, aparentemente sencillas, el Precursor se anticipa a la salvación. Cumplirlas está al alcance de nuestra mano, aunque nuestra mano se nos pueda quedarnos pequeña por tanto tiempo como la tuvimos cerrada.

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