13 febrero, 2010

DOMINGO VI del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 17, 5-8 ; Lucas 6, 17ss




UN ÁRBOL JUNTO AL AGUA




El agua incesante del diluvio. El agua ancha y abierta del mar Rojo. El agua trinitaria del Jordán. El agua que luego fuera vino en Caná. El agua risueña del Guadalquivir subida a la albolafia. El agua viva del pecho muerto de Jesús. El agua de la acequia de Dios llena de agua. El agua de la fuente que mana y corre, aunque es de noche... De todas las aguas abrazadas surge la vida como un milagro real e inesperado.
Desde la sed del corazón humano, nos advierte el profeta Jeremías, que el árbol nuestro será difícil que crezca si no está junto al agua. Si queremos que las hojas mantengan su frescura, son imprescindibles las aguas de Dios. Si esperamos a su tiempo los frutos, en vano aguardaremos cosecha verdadera si Dios no nos moja la tierra cuarteada. Se secará la raíz, como un pájaro sin aire, si al árbol plantado junto a nuestra casa no goza de las lluvias necesarias.

No obstante, el agua indispensable ha de ser buscada, encontrada y retenida. Buscada con ansias, conscientes de vivir en un desierto sin que aún se haya vislumbrado el oásis. Encontrada en la Eucaristía, donde Cristo es manantial, agua de mayo bienhechora. Y retenida en el algibe de la constante revisión de la fe, en su valoración y mimo, para que las próximas sequías, en los tiempos del dolor o de la duda, echemos mano de los ahorros.


EL SUFRIMIENTO DE LA FELICIDAD

Acostumbrado a sacarle punta a los ovillos, advierto cómo san Lucas refiere que Jesús hace bajar del monte a sus discípulos hasta que alcanzan un llano donde les abre el mapa de la felicidad. Como si quisiera decirnos que el monte, metáfora del esfuerzo y el despojo, es inalcanzable para todas las voluntades. Y propone la llanura, aunque sea llanura costosa, para todo lo que va a decir.

-Bienaventurados los pobres, los misericordiosos, los que padecen persecución... Bienaventurados, felices todos.

El Maestro les abre el mapa de la felicidad donde están señalados los puntos para conseguirla. ¿Por qué, si la única ambición del hombre es la de ser feliz, no vivimos las bienaventuranzas como el mejor itinerario?... Las nadas de fray Juan son el precio del Todo. Hemos de quedarnos en pura Providencia, vaciados de todo lo que no sea Dios, para conseguir a Dios del todo: la plena felicidad.

Trabajo nos sigue costando fiarnos enteramente de Jesucristo. Lo nuestro es un sí pero con condiciones, un abrir la mano a medias con un buen puñado de trigo en la reserva. La felicidad es proporcional a la entrega ofrecida, como la libertad se alcanza sólo cuando se secan las alas.

La paciencia de la luz, sin embargo, hace que poco a poco adelgace en nosotros la sombra. Algún día pasaremos de la llanura de la palabra a la alegría de cumplirla.

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