12 septiembre, 2010

DOMINGO XXIV del TIEMPO ORDINARIO. Éxodo 32,7ss ; Lucas 15, 1-32


SABER QUE ALGUIEN TE BUSCA

El alma del ser humano no siempre es navegable. Nos pasamos parte de la vida drenando nuestro río interior para que pasen los barcos y, cuando conseguimos expedito el camino del agua, no dejamos pasar a los mejores barcos que llevan un cargamento de gracia y de valores... A Moisés no le queda más remedio que interceder por un pueblo de cabeza dura y de fácil olvido que, en lugar se seguir por el camino del Dios que le ofrecido la libertad, se prostituye con el resplandor de las bengalas. Casi nunca sabemos qué hacer con la libertad, creyendo que se trata de elegir y no de decidir. Sólo se es libre cuando uno es dueño de sí mismo y sabe reponer el quebranto de su voluntad.

En nuestro evangelio de hoy, un pastor ha perdido su oveja más pequeña; una mujer busca en su casa hasta descubrir dónde se ha ocultado la moneda que perdió. Y un padre, que ha perdido a su hijo, no puede salir de su tristeza hasta que el hijo no vuelva.

Todo puede ser metáfora de que Dios nos ha perdido. Pero yo me atrevo a volver la oración por pasiva y proclamar que somos nosotros los que hemos perdido a Dios y diera la impresión de que, no sólo ignoramos dónde lo hemos puesto, sino que tampoco nos interesa demasiado.

...El viernes por la mañana, con la iglesia vacía, trataba de orar en paz y a solas cuando una niña de apenas cuatro años se me acercó despacio para preguntarme con voz muy baja: -¿Dónde está Jesús?. Allí, donde ves esa lamparilla roja que siempre parpadea, vive Jesús, le dije y, sobre todo en tu corazón. Pero la niña insistía: -Yo no lo veo. Cuando de nuevo le señalé el Resucitado que corona nuestro presbiterio, sólo supo contestarme: -Jesús me da miedo...

Hemos perdido a Dios de nuestras casas. No hay señales del Cristo en las cabeceras de los dormitorios, en las conversaciones con nuestros hijos, en la preocupación de nuestra intimidad, en el acierto de nuestros progresos... Y a algunos les da miedo por el esfuerzo que han de hacer si decidieron seguirlo, por la disciplina de amor que su cruz conlleva. El único miedo que da Jesús es cuando enfoca su lámpara sobre nuestra vida y descubrimos que están sin deshojar aún todas las margaritas.

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