16 enero, 2011

DOMINGO II del TIEMPO ORDINARIO. Juan 1, 29-34

gafas de María Zambrano

OJOS DE BIEN MIRAR

Toda su vida había estado Juan preparando sus ojos para que pudiesen soportar la luz que habían anunciado los profetas y que su corazón de familia llevaba como un viejo deseo. Por eso, cuando desde lejos ve venir a Jesús, rápidamente lo distingue y exclama: Éste es a quien yo os anuncié como el Mesías. Éste es la Luz y la Palabra... Y habló Dios sobre su cabeza de Hijo Predilecto. Y el Espíritu acomodó sus alas al aire como una paloma antes del reposo. Y mis ojos de mirar bien se ajustaron al amor que traía.

Juan el Bautista, desde su modo de hablar, insiste: Yo lo he visto y doy testimonio...

Del mismo modo que cada uno ama según su condición, que nos lo dejó dicho así santa Teresa, también cada uno ve según la luz que lleva y la esperanza que busca. Los que creen que los árboles sólo son hojas y ramas, no pueden darse cuenta, como Ricardo Molina, que además aspiran por su cuerpo el azul perfumado y la púrpura del día. Los que únicamente ven en el ser humano camisas y extravíos, no pueden reconocer que también en ellos anida la ternura y un interminable afán de cuidar su jardín para deleite del Esposo.

Aquellos que esperaban en la misma fila su bautizo, vieron sólo al hombre Jesús aguardando su turno. Juan, sin embargo, pudo descubrir en seguida toda la salvación que a ese mismo Jesús le estallaba en el pecho.

... ¡Cuántas grandezas se han perdido en el mundo por falta de ojos que supieran descubrirlas! ¡Cuántas personas han llegado a la vejez con toda su maravilla intacta porque nadie supo valorarla!. Ah, los ojos, nuestros ojos, ¿quién podrá enseñarlos a mirar bien por dentro?

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