16 abril, 2011

DOMINGO DE RAMOS. Mateo 26, 14ss

Beso de Judas. Scala sancta

DOMINGO DE RAMOS

Manifestaba su pesar San Agustín por haberse sentido prisionero de las cosas mortales.


Y es que la fama, los triunfos, las ramas de olivo y las alfombras a Jesús en Jerusalén sobre un pollino, no fueron más que un sarcasmo de lo que es la vida. No fueron más que una demostración de la engañosa manera de querer con que acostumbramos a relacionarnos..

¡Hosanna al Hijo de David!

¡Bendito el que llega en nombre del Señor!

Es posible que aquella multitud festejara el paso de Jesucristo desde su más honda verdad. Seguro que fueron sinceros en su gozo y en su desprendimiento, pero... “¡es tan corto el amor y es tan largo el olvido!”, que en estas palabras del poeta podríamos resumir lo ocurrido en Jerusalén la víspera de la Cruz.

La majestad no está reñida con el trono. Sobre un borriquillo, Dios bendice a una muchedumbre de desamparados, porque desamparados eran y son todos los hombres antes de haberle conocido. Desamparados, sin que el corazón tenga un destino proporcionado a sus ansias, son todos los hombres que aún no han encontrado a Dios en la maraña de las cosas mortales, de las que somos inútilmente prisioneros.

Como esperando una noche que se teme con la misma intensidad que se desea, va hoy Jesús bendiciendo a un pueblo --al nuestro, a todos los pueblos con sus palmas y ramos—para enseñarnos otra vez que sólo los amores que empujan, los que nos hacen salir en busca de mayores misterios, son los que Dios espera en la maduración de la persona. Serán únicamente esos amores los que resuciten con Él al tercer día.

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