27 agosto, 2011

DOMINGO XXII del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías20, 7-9 ; Mato 16, 21-27

S.J. de la Cruz. Cádiz

LA SEDUCCIÓN Y LA CRUZ

San Pedro no quiere la cruz. Ni el enfermo su dolor. Ni nadie en general elige los esfuerzos. Tampoco el árbol desea la tempestad y que se le quiebren las ramas. Los navegantes buscan los mares serenos... Pero la Cruz es la Verdad, ocultarla es cobardía y un perjuicio que se agranda.

Cuando a las cosas se las llama por su nombre, nace en esa manifestación dos grandes virtudes: la humildad y la esperanza. La humildad que reconoce las debilidades del cuerpo o las del alma. Y la esperanza que destierra la angustia con la sabiduría sencilla de saber que se llega.

San Pedro no quería saber la verdad de Cristo. Tapaba su Cruz. También nosotros preferimos una fe emotiva a una fe crucificada. Pero si eso le ocurrió al primer Papa y nos sucede a nosotros es porque aún no nos sentimos seducidos, como Jeremías, en la cautividad de la mirada divina, que todo lo transforma en mansedumbre... Y me dejé seducir. Después de conocerle, ¿acaso somos libres ya para escoger otros caminos?, ¿habrá alguien, en alguna orilla, que nos ofrezca mejor agua?

La palabra de Dios y su mirada vienen como fuego que purifica las quemaduras de la cruz y hasta permite que podamos apetecerla. San Juan de la Cruz la tuvo siempre de apellido. Y el amor de Dios no dejó que la madera clavara en su cuerpo las astillas.

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