18 febrero, 2012

DOMINGO VII del TIEMPO ORDINARIO Isaías 43, 19-19 ; Marcos 2,1-12 I Corintios 3,16-23 ; Mateo 5,38-48

Entierro de pobres

TENER QUIEN NOS LLEVE

A estos años de mi vida he volado con los vientos a casi todas las copas de los árboles; con los ríos he navegado hasta encontrar la sed de las orillas; con los pobres y con los ricos he sufrido la distinta pobreza de los hombres... y, al final, en todos las historias, siempre la misma soledad: no tener quien nos lleve con amor a los destinos.

Los cuatro camilleros que sostienen al paralítico de este evangelio de san Marcos, tienen la firmeza de una fe común: creen que Jesús es la salvación. Sin embargo, es Jesús quien cree que la salvación son ellos, ellos la procuraron. Gracias a que no preguntaron si se podía abrir un boquete el tejado, a que supieron abrirse paso entre la multitud, los amigos del paralítico alcanzaron la Presencia. Alguien en su corazón debió decirles: Seguid, seguid, que la esperanza es vuestra, y aquella voluntad de músculos abiertos consiguió que el Señor admitiera su intercesión y recompensara con la salud tan gran empeño.

Y el paralítico se fue de aquella casa sin pecado y sin muletas. Gracias a Dios y a los amigos.

Santa Teresa escribió en el Libro de Su Vida: Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía y, si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer... Pero las buenas compañías nos llevan a los sitios donde la salvación espera. En lo humano y en lo divino, el mundo aguarda que alguno de nosotros se atreva a darles ánimo, a conducirles al lugar de la vida. Hay demasiados que, solos, no pueden salir de las esquinas.

Concluye Voltaire una desconocida oración con la que también me despido: Ojalá puedan los hombres reconocer que son hermanos.

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