28 febrero, 2012

DOMINGO II de CUARESMA . Génesis 22, 1-2ss ; Marcos 9, 2-10


Isaac a la espera

ABRAHAM Y PEDRO: DOS MANERAS DE CREER

Los libros sagrados tienen, tras la tela de lo escrito, palabras que no dicen. No dicen, por ejemplo, cuál debió ser la excusa que Abraham esgrimió ante Sara para llevarse al niño al sacrificio, qué hechizo mantuvo sin roturas el corazón del padre ante la muerte anunciada de su único hijo, qué gozoso llanto salió de los ojos de Dios al comprobar la fe de un hombre que estaba dispuesto a darle el fruto de su mejor deseo. No. Antes de que Dios le pidiera a Abraham que no alargara la mano, dudas, candelas, luchas, sinsabores... se agruparían en silencio aguardando la sangre a la palabra. Antes de las decisiones de la fe hay un derramamiento de batallas que luego aparecen en la rama de nuestro árbol como si hubiesen estado allí toda la vida.

Como en la Biblia no están los personajes disecados, me gusta, uno a uno, llevarlos a la intimidad y preguntarles en qué instante notaron que Dios había cambiado su corazón de piedra en corazón de carne. Preguntarle a Abraham a qué edad se empieza a amar de esa manera. Y preguntarle a Pedro cuándo se deshizo de sí mismo, de sus barcos interiores, del oleaje de su sentimiento, de los blancos resplandores del Tabor, hasta pedir que le crucificaran boca abajo. Preguntarles a todos dónde se encuentra la vara de medir las esperanzas.

Abraham y Pedro hoy, y siempre, nos muestran qué de hombre hay en los hombres y cuánto de Dios puede asomar, si le dejamos, en el cansancio oscuro de la noche.


No hay comentarios: