07 abril, 2012

PASCUA DE RESURRECCIÓN. Marcos 16, 1-8

Santa María de Ángeles y Mártires. Roma.
Bronce de la Resurrección

EL FUEGO, LA LUZ, EL AGUA

El porvenir de la memoria es el fuego. El de la sombra, la luz. El porvenir de la sed saca su lengua buscando el agua. Tres signos indispensables, hechiceros en la hermosísima liturgia de la Pascua.

La memoria de estos días en que se piensa, más que se vive, el sufrimiento de Cristo necesitamos quemarla con el fuego que se prende a la puerta de las iglesias. Quemar también algunas historias personales, esculpidas en el llanto de las equivocaciones. Ver cómo se convierten en ceniza las mentiras, las falta de caridad, los abandonos. Para todo eso, Cristo Resucitado enciende la candela de la Vida.

Nadie puede acostumbrarse eternamente a la sombra. De la noche se regresa, como de los abismos, preguntarles si no a San Juan de la Cruz, que le han nacido soles en las palabras. LA LUZ que se multiplica en la vigilia de la Pascua, que se abre paso entre los bancos de las iglesias, entre las blusas abrochadas de los creyentes buscando la hondura de los pechos, es Jesucristo deshecho en el resplandor de su Vida, quedándose en voluntades y ojos, como si se hubiera vaciado la luna.

En EL AGUA se miran los pájaros desde la rama, y los que van en los barcos quién sabe lo que pensarán mientras ella se ríe abajo, blanca, satisfecha. Y el pecado se lava en el agua buscando en su guardarropa espumillas blancas con que taparse su vieja desnudez de paraíso. El agua que limpia se queda con la mancha y nadie ha podido averiguar todavía a qué otra agua va a lavarse el agua manchada... Se quedó Jesucristo con los mares, con los ríos. Cuando nacemos, nos dejó bañados en la orilla; cuando morimos, Él nos espera en su Casa, Vivo, detrás del agua.

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