18 mayo, 2013

DOMINGO de PENTECOSTÉS. Hechos 2, 1-11 ; Juan 20, 19-23

CONOCIMIENTO Y DEBILIDAD
Una y otra vez la vida. A ella nos asomamos para ver nuevamente cómo se balancea entre el conocimiento y la debilidad.  El primero viene de Dios, la debilidad nace con el hombre.

A mi parecer, eso es Pentescostés: unas lenguas de fuego y luz que nos permiten conocer los suficientes perfiles de Dios que el ser humano lleva dentro. Y la debilidad que San Juan llama pecado en su evangelio y que Jesús dispuso que perdonase la Iglesia en su nombre.

Se cumple otra vez en los apóstoles la advertencia del Señor: El Espíritu os lo irá enseñando todo... todo, de golpe, como si tuviera prisa el Viento porque apareciera la Sabiduría escondida. Antes, casi todo lo ignoraban. Ahora, el Espíritu ha quemado la ignorancia de los apóstoles, se le ha vuelto transparente la palabra y se abrieron todas las puertas para que el miedo se ahogara en los aljibes de la sombra. CONOCIMIENTO: de Dios viene cuanto sabemos.

García Montero ha escrito una preciosa biografía novelada del poeta Ángel Gonzalez en la que evoca los tiempos de la guerra y, en ella, la figura nombrada de una vecina de Ángel a la que alguien le pregunta:

-¿Tiene usted hambre, doña Aurora?

No hijo, lo que yo tengo es debilidad...

Este tiempo nuestro no tiene hambre de Dios, sino debilidad de no tenerlo. Escribe san Juan de la Cruz que el más grande dolor del hombre es no tener a Dios. Ese es su pecado. Porque los pecados que más daño hacen son los olvidos. 

A su Iglesia le encomienda Jesús esa restauración de amores entre Dios y sus hijos ofreciéndoles misericordia. El Espíritu se precipita hoy sobre las lenguas calladas, sobre los labios sin beso. Y nos anuncia de nuevo que entenderse es posible, que Él tiene paciencia, leña y fuego para rato.

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