17 agosto, 2013

DOMINGO XX del TIEMPO ORDINARIO. Jeremías 38, 4-6ss ; Hebreos 12, 1-4 ; Lucas 12, 43

Ágoras y templos

LA VERDAD IMPRUDENTE


Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, canta Serrat en una de sus hermosas composiciones. De ahí que pocas veces sea prudente señalarla, sobre todo cuando no coincide con los intereses de quien la escucha. Eso es justamente lo que sufrió Jeremías después de haberle manifestado a su pueblo que vivían de mala manera. A una cisterna con barro lo arrojaron para que la lengua y el pensamiento se le ahogaran. Pero la verdad, por más que pese, siempre sale a flote, como una sangre que se proclama, como una luz.

Estamos en el ágora de un circo, que es la vida. Lo que decimos, cuanto manifestamos sufre el análisis de la conveniencia, el bisturí de la incomodidad; y así, unos nos señalan como benefactores y otros como escoria. El equilibrio para no salirnos del cauce siempre es el evangelio desarrollado por el amor y el magisterio de la santa madre Iglesia. Puede que los primeros en no cumplirlos seamos nosotros, pero nunca será por ignorancia, sino por debilidad.

Dicen que un obispo llamó a capítulo al único cura del pueblo:

-Parece que aquí todo el mundo te quiere, todos alaban tu pastoral y tu servicio…

El cura se sorprendió a sí mismo envanecido. Pero el obispo prosiguió:

-Esto quiere decir que no has predicado bien el evangelio.

...Muy de acuerdo no estoy con el pastor porque la verdad, cuando se predica con amor, apenas duele, más bien transforma.

Del evangelio en que hoy Jesús nos deja la alarma encendida: No he venido a traer la paz sino la división, sólo una palabra desde la experiencia. Es complicado que el Señor traiga esa clase de paz que el mundo entiende, ya que su mensaje es una locura, un ajuste de flores en el jardín vacío.

La verdadera paz llega  --pienso—cuando uno está de acuerdo consigo mismo. Y sólo se puede estar de acuerdo con uno mismo cuando la opción de vida que hemos hecho, desde la libertad y el conocimiento, es coherente con nuestros actos. La paz del mundo es un arreglo. La de Dios es un trasiego machadiano de días azules y de soles de infancia.

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