01 febrero, 2014

DOMINGO IV del TIEMPO ORDINARIO. Lucas 2, 22-40

Leyendo el porvenir


AGUARDANDO LA LUZ


Las tiernas figuras de Simeón y Ana, ancianos y profetas, nos enseñan un porvenir en la vejez de luces diferentes que dejan hoy, en la presentación de Jesús en el templo, una ráfaga en todos de soledades y esperanzas, de grandes evocaciones que el amor sustenta en el pecho del ser humano, adonde no ardieron aún todas las ceras de la ofrenda. 

Con la fuerza que le queda, Simeón levanta al Niño y recita el verso conocido: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto a tu Salvador,  a quien has presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel... Y regresa ya para siempre la sombra a su rincón, maniatada por la energía de una promesa cumplida. Simeón recobra la juventud que se precisa para morir y Ana teje en la seda de su imaginación su deseado vestido de novia. Los dos han cumplido sobradamente con la tarea de la vida...

Por la falta de recursos  --desearía creer que por algo más también-- la vejez ha recobrado hoy un protagonismo que los mayores agradecen quedándose con los nietos mientras los padres trabajan o añadiendo al puchero la carne que le faltaba. Son necesarios, aunque sólo debieran ser amados. Se les precisa, pero también se les arrincona más de una vez cuando la reunión es de matrimonios jóvenes, cuando no caben en el coche, cuando el piso es pequeño y apenas si hay una habitación  para el cuarto de la plancha. Entonces ellos, silenciosamente, se llevan las manos a los ojos y disimulan la lágrima de los cansancios, la falta de besos en sus mejillas caídas.

En más de una ocasión, alguna anciana se me ha desahogado en voz alta: 

-Ya Dios debería llevarme. Qué hago yo aquí, sin tarea, en un mundo de tareas y juventudes...

Casi siempre les ruego que no se echen a morir, que sujeten todavía los párpados del alma porque sus hijos y sus nietos aún no han visto al Salvador, carecen de la luz de la fe que a ellos le sobra. Y cómo pueden irse, por muchos años que tengan, y dejar en el frío otra generación a oscuras.

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