22 febrero, 2014

DOMINGO VII del TIEMPO ORDINARIO. Levítico 19, 1-2ss ; I Corintios 3, 16-23 ; Mateo 5, 38-48

Don Antonio Machado

LA SANTIDAD DE DON ANTONIO

En cada poema de cada poeta se acomoda, en aprieto de hilos, su propia historia. Don Antonio Machado se retrata en su Retrato, tal como ha sido en su infancia, cómo fue en su juventud madura cuando escribió este poema alrededor de 1910, y cómo sería el despojo de su despedida: sin amores cercanos, sin su tierra de España, sin la orilla de su Guadalquivir, viejo río cansado de tanto llegar a Sanlúcar con la lengua afuera.

Desde estas lecturas que la Biblia hoy nos acerca, Dios pide al hombre santidad y perfección. Como Él es santo, como Él es perfecto, a su medida de gracias y de llantos. A su medida de creer en el hombre y de quererlo. Y el hombre hoy, inevitablemente, repasa también su historia con la del poeta en el 75 aniversario de su muerte, para ver si coincide en algo con el deseo de Dios.

-MI INFANCIA son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero...

La luz que don Antonio rememora del patio sevillano y el limonero sufriente en amarillos, también es la luz primera de la fe que recibimos en casa, cuando nos vestían de fiesta para ir a misa los domingos y el cura nos daba palabras y estampitas, promesas envueltas en papel de sacristía. Aquella luz de la fe, que se quedó marinera en el traje de primera comunión, de vez en cuando asoma su dolor amarillo de alto limonero sobre las copas de la memoria.

-ADORO LA HERMOSURA, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard...

Persiguiendo la hermosura nos engañan los carnavales de la vida. San Juan de la Cruz declamaba: Por todas las hermosuras yo nunca me perderé, sino por un no sé qué que se alcanza por ventura...

La hermosura que Dios reclama en estos textos sagrados es la de hermosear sin descanso la dignidad del ser humano. La del perdón sin medida. La de la mejilla gastada. Somos hijos creados en la singularidad del amor, desprendidos de la belleza divina, miniaturas de fuego avivando cenizas.

Pero en más de una ocasión la santidad detiene su camino entretenida en el verdor de unos ojos que miran desde lejos, en la susurrante palabra que adormece el sentido, en la mano que acompaña el hechizo del beso.

Don Antonio fue prisionero también de las muchas veleidades con que la vida proclama su continua belleza.

-Y CUANDO LLEGUE EL DÍA del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis abordo libero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Aunque no tuviera don Antonio más mérito que haber sido profeta. Sólo por eso y por haber sido bueno en el buen sentido de la palabra, Dios estuvo con él sobre la cama de forja donde murió en Collioure, al lado de su madre moribunda, con la sopa todavía y la leche tibia en su garganta.

Todos vivimos casi solos y sin el casi todos morimos. Nos queda la certeza de la luz fueguecina del limonero, la mano de Dios remediadora de torpezas y la rubia costumbre de habernos puesto al Sol para que el Sol dorara nuestros larvados afanes de santidad...

Dicen que don Antonio Machado, en Baeza y ya viudo de Leonor, paseaba largas horas  por la alta curva de olivos donde el Guadalquivir asoma su juventud infatigable. La mayoría de las tardes con su amigo y profesor también, Florencio Soria, sin hablar casi nunca, escuchando sólo el eco de sus pasos que hablaban entre ellos de batallas perdidas y puede que de esperanzas concretas... Con Dios de la mano vamos también hoy sufriendo el cansancio de estas dos Españas que hielan a veces el corazón de una tierra inmensa que desea, sin que siquiera ella lo sepa, alcanzar una santidad fraterna de limones y abrazos.

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