25 marzo, 2006

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA (B) Juan 3,14-21



DIOS AMA A SU MANERA

De tanto quererlos, de tanto por eso confundirlos, no sé bien si fue Juan de la Cruz o santa Teresa quien dijo claramente: "Cada uno ama según su condición... así, Dios ama a la manera de Dios". Tanto amó Dios al mundo, que le entregó lo que más quería: a su Hijo.

Las formas de querer revelan la condición de las personas. El que ama sin pedir a cambio demuestra que cree en la semilla sembrada. El que ama mirando las manecillas del reloj está dando a entender que no cree en la eternidad. El que ama sin perderse en los ojos del otro aún no conoce los naufragios.El que ama como Dios, se esconde en el desierto y aguarda la ternura de la palmera que casi siempre es espejismo, pero basta y se contenta con el espectáculo de la luna en la noche sobre la arena... Yo sigo buscando el amor en la sangre de las madrugadas para llenarme de rojo cuando amanezca.

Cada uno ama según su condición. Si mejoramos la condición, será mucho más largo el amor que el olvido.

LA LUZ EN CARNE VIVA

La luz, como un novio, se va despojando de las telas hasta quedar en carne viva. Así Dios. En los profetas, Dios era en fuegos lejanos, una estrella perdida señalando destinos. Fue una palabra ardiendo en la zarza lo que vio Moisés sin ver de Dios la cara. Juan el Bautista propuso conversión en el Jordán y paciencia para ver al que vendría con Espíritu Santo y fuego. Con Jesús, Dios quema todas las telas que ocultan su rostro. Él es la luz que enseña la claridad de Dios y el clarooscuro del hombre.

Sin luz, no sabemos caminar ni responder quiénes somos ni distinguir las noches de las mañanas ni saber qué puede haber detrás de unos ojos que nos miran. Sólo con luz, y desde ella, recobramos el punto de la herida y su curación posible. La luz nos mira con su ojo grande de cristal macizo para que, viéndonos, poseamos del todo la esperanza.

Octavio Paz dejó escrito que sólo el deseo es real. Corrigiendo al maestro, creo que sólo lo real es la luz, porque ella estrena la vida, redondea las formas, se asoma a los abismos, avisa cuánto cortan los filos, enciende la mañana. Gracias a la luz podemos saber qué ternura o veneno se esconde detrás de una mirada. Jesús es la luz y, como ella, no necesita ser comprendido ni explicado. Del mismo modo que la luz es evidencia ella sola, Jesucristo es el aire que abriga.

Si no entendemos otra cosa que aquella que pueda demostrarse, le doy otra vez la razón a Walt Whitman: "Nunca más hablaré de amor o de muerte a los que viven bajo techo"

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