11 marzo, 2006

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA (B) Salmo 115. Marcos 9,1-9



EN PRESENCIA DEL SEÑOR

El salmo que enlaza las lecturas de este segundo domingo de cuaresma nos seca las lágrimas de los ojos. "Caminaré en presencia del Señor" es el propósito que hace el alma después de sentir iluminada su vida con la luz que le ha venido. Todo se transforma en la presencia del Señor: la lluvia en agua bienhechora, la ayuda a los demás en caridad gozosa, la rutina de los trabajos en la novedad de una sorpresa... Y el ser humano, sobre todo nosotros, vemos cómo en la presencia del Señor hasta el rostro se nos cambia, el gesto se dulcifica, la palabra se deshace en cánticos. "En su presencia". Es de nuevo Juan de la Cruz quien la reclama: "Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura. Mira que la dolencia de amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura".

LA BELLEZA DE DIOS

Hace tan sólo una semana, la fotografía que ilustra esta reflexión fue tomada en el Monte Tabor, donde justamente Jesucristo se quitó el antifaz de la carne para que apareciese radiante el arcoiris de su divinidad. La blancura debió ser tan intensa que los discípulos no podían soportar la inmensa herida de aquella claridad. "Qué bien se está aquí... Hagamos tres tiendas".

Como nunca, yo cerré aquella mañana los ojos para que los párpados se defendieran mejor si acaso también Jesús allí otra vez resplandecía. Cuando los abrí, me encontré este limonero al pie de la basílica, lleno de macizos frutos amarillos nacidos de las ramas grises. Y pensé que así ocurre con nosotros cuando Dios nos habita: nada tiene que ver el fruto con la rama, todo depende de la savia, todo depende de la sangre. En el Tabor vi este limonero y dos pavos reales en la vidriera del templo, significando el armónico despliegue de la belleza. Pero en el Tabor, también, cada uno reconoce su tierra y su rama, su muerte de grano y su esperanza. En el Tabor se despedaza, se hace mil frutos la hermosura de Dios resucitada.

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