09 marzo, 2007

III DOMINGO DE CUARESMA Éxodo 3,1; LUCAS 13,1-9


LO MEJOR DE NOSOTROS
He querido ilustrar con esta foto del Huerto de los Olivos lo que significa en nuestras vidas la esperanza, los retoños aparecidos, por muy viejos que parezcan los troncos, por muy escasas que se supongan las raíces.
De nosotros, ese árbol plantado por la mano del Padre, Dios espera lo mejor. Ha tenido la lluvia a su tiempo, el abono preciso, la poda necesaria. Es tiempo de frutos. Pero Dios constata --y nosotros también-- que lo mejor de nosotros aún no ha nacido. Aparece Cristo como mediador rogándole al Padre que siga asomándose a las esquinas de la esperanza, al mismo tiempo que nos urge a la conversión, a la búsqueda de la transformación, recordándonos que nunca cambian tanto las cosas como cuando cambia uno mismo.
EL FRUTO COMO SEÑAL
He visto a mi pueblo sufrir, dice el Señor, y ha llegado el tiempo de la liberación. Un pueblo, como el judío que vive en Egipto, desamparado, insignificante, harto de pisar el barro y de comer cebollas... A este pueblo, Dios le envía el mediador Moisés para que intervenga. Una vez libre, el pueblo se olvida de tan inmenso regalo y se prostituye con la idolatría.
El nuevo pueblo, tan insignificante como aquel, esclavizado por la manipulación o la ignorancia, cansado de comer las frituras de la circunstancia. A ese pueblo, a nuestro pueblo, Dios no envía de nuevo a Moisés, sino a su propio Hijo. Y nuevamente se olvida de las referencias del Amor y se acurruca con cualquier fueguecillo que, por pasajero, le inyecta además su propio frío. Jesucristo es ahora quien dilata la paciencia del Padre: "espera un año más". Y a nosotros nos solicita que pongamos empeño en crecer, más que por el fruto que de cada uno Dios aguarda, por el propio regocijo de saber que somos capaces de darlo.

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