06 marzo, 2010

DOMINGO III DE CUARESMA. Éxodo 3, 1ss ; Lucas 13, 1-9

LOS SITIOS SAGRADOS



Cuando más sereno y alejado estaba Moisés de los trasiegos egipcios, mientras bebían apiñadas las ovejas de su suegro, se le enciende una zarza enfrente co lenguas que hablan:

-Descálzate que es un lugar sagrado.


La voz de Dios que se oía en medio de los fuegos siguió pidiendo a Moisés que volviera a Egipto para rescatar de su esclavitud a lo más sagrado de la creación: el hombre, representado en el elegido pueblo de Israel, que padecía las ruindades del Faraón.

Sagrados son los sitios, sagradas las vidas, cuando el ser humano toma conciencia de que el Dios de la Biblia siempre ha sacado la cara por el hombre. Se la van a llenar de injurias y salivazos luego, de sangre se la van a llenar, pero nadie ha podido quebrar en su mano la rama de la libertad.

Moisés devuelve a Jetró las ovejas con sus lanas crecidas y se encarama a la batalla difícil de defender a sus hermanos de las garras de los poderosos. Que cada uno de nosotros hoy sepa que vivir en Dios trae sus guerras añadidas hasta que por fin las criaturas, los hijos que somos, logremos con su favor que huyan para siempre los vicios que nos esclavizan y pueda quebrarse definitivamente la cadena continua de los que quieren comprarnos por un plato de lentejas.



LA PACIENCIA DE DIOS

Todos los árboles de la Biblia nos recuerdan la madera salvadora de la Cruz. Desde el árbol de la manzana seductora hasta esta higuera que insiste en no dar frutos. En la corteza de los árboles hemos escrito los nombres amados de nuestra juventud, cuando Pilar, María o Rosario eran fruto, deleite y sueños para luego, como casi todo, quedar colgados en la ceniza del tiempo.


Sin embargo, esta higuera que pone Lucas en labios de Jesús tiene más raíces escondidas que frutos a la vista. Más posibilidades que evidencias. Como nosotros. Los resultados, en las plantas y en los hombres, es cuestión demimo y de paciencia, y Dios lo sabe, por eso tiene paciencia con la higuera, aún más paciencia con sus hijos. Está intacta la fuerza debajo de la tierra; el deseo, como los higos, de ser dulces con el mundo, también. Mucho depende del esfuerzo personal, de la lluvia de la gracia venida a tiempo, del empujón de un amigo, de las hojas empapadas de un buen libro.


La higuera, nuestra higuera, da sombra mientras tanto. Tierna y asomada la yema sobre la rama, augura una cercana cosecha como fruto de la paciencia divina. Dios, mejor que nadie, conoce su tierra y su semilla.

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