13 marzo, 2010

DOMINGO IV DE CUARESMA. 2 Corintios 5,-17-21 ; Lucas 15, 1-7. 11-32



UNA CRIATURA NUEVA



Cada vez hay más personas asombradas, mirando el infinito por las calles, sin preocuparse que ha salido el sol, que los niños están en lo suyo de vivir y los viejos en lo suyo de morirse. Cada vez hay más viejos en las esquinas, en las colas de los bancos, en las listas de los viajes y las vacunas: supervivientes ajados de este gran orfanato de la vida.


Desde lejos y de pronto llegan san Pablo con su palabra recién salida de la boca del tiempo: Si uno es cristiano, es criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo... Y el corazón, entonces, y la risa se vuelve más alegre porque la historia, la irremediable historia de cada uno, más cerca del barro que del oro, se siente atravesada por la luz infatigable de la misericordia divina. Jesucristo, enamorado de las criaturas, no quiere junto a sí la sombra de los delitos y estrena, en el corazón que escucha y se le abre, una fuente con alma, de esas que disimulan el llanto con el agua y la felicidad con la música de los surtidores. Una fuente nueva donde vienen a beber los pájaros sedientos y Él mismo se multiplica, dichoso, en sus cristales.




TRES PUNTOS DE VISTA

Creo que fue Ortega quien sentenció: Tres españoles, cuatro opiniones. Con ese criterio es difícil, ante la multitud de los caminos, elegir el adecuado, el equilibrio preciso: acertar. Porque se trata sobre todo de eso, de dar en la diana.
La escena y las enseñanzas de la parábola del hijo pródigo están primorosamente escogidas:
Un padre, que mira, habla, piensa y actúa como padre. Un hijo menor, que piensa como casi todos que la libertad consiste en enseñarle los dientes al pan nuestro de cada día y masticar delirios que nunca, por más que se pretenda, nos dejan satisfechos. Y el hijo mayor, que colecciona los rencores de la rutina y no se estremece con la sorpresa de la novedad: su padre, ha decido hacer una fiesta por la vuelta a casa de quien creía perdido.
Puede que la lógica humana nos muestre como razonable la actitud del hermano mayor. Se esperaba, al menos, algún reproche del padre ante el hijo libertino. Pero el padre verdadero no tiene tiempo para perderlo en reproche, lo necesita para los besos que su hijo no tuvo en tanto tiempo perdido. Un hombre con pensamiento viejo, no se sumaría a la fiesta. Un hombre agraciado con el nuevo pensamiento de Cristo, se pondría a cantar.

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