19 junio, 2010

DOMINGO XII del TIEMPO ORDINARIO Lucas 9, 18-34


EL CONOCIMIENTO Y LA CRUZ

El conocimiento que solemos tener de los demás, o es superficial o malintencionado o cruel y, en todo caso, incompleto. Según las medidas del otro y nuetra capacidad para interpretarlo, así serán los resultados. De todas formas, es parecidamente triste no ser amado o no ser reconocido.

En una de sus últimas cartas, Miguel Hernández escribía a su esposa Josefina: El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche... Cebolla, en vez de leche, extraemos con frecuencia en nuestras relaciones humanas. Los resultados muestran la pobreza de la interpretación.

Jesucristo tuvo que poner necesariamente rostro de desencanto al escuchar que no era tenido por quien era. Hasta que a Pedro no le llega la Palabra del Espíritu, el Señor era un gran desconocido... De Dios sólo sabemos lo que no es Dios --una y otra vez proclamo a san Juan de la Cruz--, y de su Hijo lo seguimos ignorando casi todo, menos su Amor, que cubre las desdichas con telas de encantamiento. De Jesús lo ignoramos todo y todo, desde su Amor, lo conocemos.

Por eso la cruz nuestra de cada día sólo existe en su ausencia... Esta mañana ha muerto Saramago lleno de pesadumbres en el alma, sin que su pobreza testaruda de campesino irredento le hubiera permitido poner cara esperanzada, al menos, de haber buscado a Dios... El infierno, para los que tanto han leído, debe ser una inmensa biblioteca, millones de libros con las páginas en blanco.

No supo o no pudo saber este nobel con apellido equivocado, que poco en la vida tiene sentido si a la cruz no se le da la vuelta; si al resentimiento heredado, ese que los genes multiplican, no se modifica con canciones y campanas; si a la muerte no la levanta la vida. Saramago, cuando noveló a Jesucristo, nos dejó un aspaviento de sombras, una colección de palabras hermosas escritas desde su pequeño corazón traspapelado.

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