07 agosto, 2010

DOMINGO XIX del TIEMPO ORDINARIO. Hebreos 11, 1ss : Lucas 12, 34-38


El Arga a su paso por Miranda

CIELO, CAMPO, RÍO...

Bernabé de Jesús, un fraile compañero de fray Juan de la Cruz en sus tiempos de Segovia, declaró que el santo solía irse a las alturas del convento, entre cuevecillas naturales, y desde allí contemplaba el cielo, el río y el campo.

Tres paisajes que caben en una misma mirada y que son lección en la serena liturgia de este domingo.

El CIELO de la fe lo propone la carta a los Hebreos como el mejor modo de resolver la vida. Desde arriba --desde dentro-- nos llega la claridad que alumbra un porvenir oscuro sin la linterna de Dios. Abrahám no sabía adónde iba, pero sí sabía con quién iba. No llegó a pisar la Tierra Prometida, pero sí la saludó desde lejos con el pañuelo de su esperanza. Era el cielo lo que verdaderamente Dios le tenía reservado. Y a Sara, de tanto mirar a las estrellas, Dios le concedió un hijo que se multiplicó él solo en firmamento.

La fe de nuestra vida puede ser azul o estar nublada o generar tormentas imprevistas. Sin embargo, un latido diferente tiene el corazón del que cree, como si en su hucha de oro estuvieran llegando más aprisa las monedas. El creyente sujeta los relámpagos con la mano porque está acostumbrado a los ratitos de Dios, que abrazan con látigos de luz las largas soledades.

El RÍO que fray Juan miraba desde su cielo, el mismo que corre, pasa y sueña, se iba llevando los flujos de su sangre en una inquietud de naranjas caídas por llegar a la mesa. Él sabía, como nosotros, que donde está el tesoro allí vive el corazón. Y al río se le agranda la boca de risas cuando llega a la mar, que es su sueño y su destino. Aunque el río no sabe cuando va a llegar a su desembocadura, igual que el alma que serpentea como puede las orillas de la vida; a la hora menos pensada, en el instasnte preciso, Dios levanta sus brazos y nos inunda.

Y el CAMPO es la metáfora de la fidelidad. El jornalero cava, siembra, riega, mima la tierra porque sabe que su señor, a la hora de la cosecha, notará las proporciones de la abundancia por el esfuerzo y la constancia de quien Él hizo responsable. Dios no llega de pronto para sorprender, de pronto llega para premiar... y si hay recodos en el campo que descuidó el labriego, Él se pone delante para que no se vean las torpezas. Él crea de pronto las espigas que faltan.

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