31 julio, 2010

DOMINGO X VIII del TIEMPO ORDINARIO. Eclesiastés 1,22 ; Colosenses 3, 1-5ss ; Lucas 12, 13-21


En una calle de Ávila

ESA CODICIA QUE CALLA

En esta semana quise visitar a un viejo amigo que fue árbol derecho, río seguro, columna vertebral, dueño del mundo... le llevaban en una silla de ruedas --¡aquel hombretón!-- con la baba caída y los ojos tristes de no querer enfrentarse con el horizonte. Desde el sufrimiento de su voz, apenas pudo decirme:

-He pasado parte de mi vida construyendo puentes para que, los que somos tan diferentes en la familia, pudiéramos cruzar de una orilla a otra. Levantando ánimos entre amigos desolados por ruinas económicas. Y de las otras. Sembrando los trigos de la abundancia para que mis hijos segaran sin esfuerzo la cosecha... Pero he descuidado mi fe. Yo creía que Dios ya estaba incluido en cada emprendimiento. Él no fue para mí lo primero. Y ahora, aquella fuerza mía, está detenida en una silla de ruedas que empujan, de vez en cuando, alguna mano que devuelve parte del vigor en tantas torres levantadas...

No es tristeza lo que quiero trasladar a esta reflexión evangélica, sino capacidad de observación. Cuanto construimos termina siendo una muralla de papel que con el viento acaba. El tiempo tiene su reloj para que duren lo que deben durar las mariposas de aceite. Si en nuestra vida Dios no ha sido lo importante, se ha llenado de baba nuestra esperanza.

Carlos V que, como saben, fue señor material de aquella historia, acabó en Yuste pescando en un estanque los peces que le preparaban, desdentado y ensimismado con el cuadro que pintó Tiziano de la emperatriz cuando era hermosa. Toda su grandeza se quedó derramada en las campanas y en los ropajes de su funeral.

Esta fotografía que acompaña el comentario, la tomé en Ávila, la que tanto luchó contra el emperador en tiempo de los comuneros. En el cartel hay escrito: Cerrado por jubilación... Y es que todos terminamos siendo esa codicia que calla.


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