08 octubre, 2011

DOMINGO XXVIII del TIEMPO ORDINARIO. Isaías 25, 6-10 ; Mateo 22, 1-14

Boda de Felipe IV y María de Luxemburgo


TRAJES DE GALA


En toda invitación deben ajustarse convenientemente dos partes: La grandeza del que invita y la adecuada respuesta del que es invitado. En esto, como en toda relación humana, son importantes las maneras que, si además salen del corazón, cobran aún mayor relevancia.

Este Rey de la parábola no ha querido señalar el protocolo de cómo deben vestir los invitados. Se sobreentiende que a tal señor tal honor, pero algunos han elegido ir vestidos, más por curiosidad provechosa, que por cortesía agradecida... Y se han encontrado con la amonestación que recibe todo aquel que actúa sin tener en cuenta a los demás: nadie va a ver al Rey en mangas de camisa. No hay más que aprender de la naturaleza que también se viste de gala despidiendo a la lluvia.

De pasada, consideremos sólo una pregunta: ¿Cuántos pasan por el confesonario antes de comulgar?.

Y, por si fuera poco, este Rey ha invitado a las bodas de su hijo en el momento en que se está gozándose de una juventud estallada en placeres y asombros. O cuando se está a punto de preparar oposiciones. O cuando se disfruta con el primer hijo o se sufre con el primer despido. Este Rey es un inoportuno...

Y el traje de gala del encuentro se queda en el reloj de la vida como una tarea pendiente, como sueño deslucido. Se queda en las estanterías del alma como los viejos libros que nunca hemos leído.


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