10 marzo, 2012

DOMINGO III de CUARESMA Éxodo 20, 1-17 ; Salmo 18 ; I Corintios 1, 22-25 y Juan 2, 13-25

Catedral de La Plata. Argentina

EL DESCANSO DEL ALMA

Los mandamientos de Dios que señala el libro del Éxodo, válidos desde entonces hasta hoy, no son una exigencia autoritaria, sino las mejores normas de convivencia, la cartografía para que no nos perdamos en el trayecto de la navegación. El cumplimiento de los mandatos de Dios, dice el salmo 18, dejan descanso en el alma.

¿Y en qué se nota ese descanso, cuáles son los signos de lo buenamente deseado?... Si cerramos los ojos y aguardamos sin prisas a que se despierte el pensamiento, en seguida acudirán desfilando las personas y las circunstancias que hemos vivido, la flor pisada, el labio que nos dejó en la pobreza la marca del beso, el trasiego y los comercios que tuvimos con unos y con otros, las misas para cortesía con los difuntos, la eternidad que quisimos achicar en una jabonera... La vida, al fin, deshecha o incumplida. Todo esto nos dejó lastimaduras en el alma, anémica la esperanza, cansada la cordura. Santa Teresa con la mejor sabiduría escribió a sus monjas: Jamás por artificios humanos pretendáis contentaros, que moriréis de hambre, y con razón. Los ojos en vuestro Esposo: Él os ha de sustentar.

A Jesucristo hemos de ir sin ropa y despeinados para que Él nos cubra con sus valores y nos alise las formas. Jesucristo no es el rey Midas que convierte en oro nuestros deseos, y si no se aviene a nuestros proyectos lo dejamos a un lado como quien arrincona lo que ya ha servido. El comercio que a veces tenemos con Él, de si te ofrezco si me das, rompe el cristal precioso de los amores y acuchilla la luz que debe salir como una sorpresa del pecho.

Sólo cuando se convierten las dulces intimidades en negocio es cuando Jesús trenza cordeles para arrojarnos de un espacio sagrado que no hemos sido capaces de entender.

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