07 julio, 2012

Domingo XIV del Tiempo Ordinario. Ezequiel 2, 2-5 ; Marcos 6, 1-6

Amaneciendo en Tiberíades

PROFETISMO Y DESCONFIANZA

A los profetas les asedian todos las perplejidades, todos los miedos y esa angustia continua de no haber cumplido con la inmensa tarea de hacer visible en el mundo la inocencia de Dios. Ezequiel mira hoy a su alrededor y no ve más que duras cabezas, desidias en el pueblo de integrarse en el compromiso divino de ser fuertes. La palabra de Dios lo anima, pero él busca en el horizonte algún signo de humanidad posible donde ejercer su oficio con alguna esperanza. Sin embargo, apenas si hay una sombra de árbol a lo lejos, seguramente sin ramas y sin pájaros. Le duelen de los suyos la indiferencia y los gritos...  En esa perspectiva tiene que predicar lo encomendado, ignorando si terminarán cortándole el aliento o la cabeza.

Parecida circunstancia vive hoy el profetismo de la Iglesia. Entre Ezequieles decaídos que no atinan a explicarse a sí mismos el fuego de creer y Ezequieles que salen todos los días a la calle de la aventura con el entusiasmo de una convicción que ninguna maldad o rutina puede detener.  Está en juego la Verdad y un Amor que sólo con la vida se demuestra. 

En el evangelio de Marcos, desconfiaban de Jesucristo sus paisanos diciéndose: ¿cómo puede ser éste hijo de Dios si ha jugado con nosotros en las calles, si es el hijo de José quien ahora proclama como nueva la doctrina vieja?.. Y se desconcertaban mirando hacia otro lado, como el quiere suavizar la quemadura.  Desconfiaban de Él y eso que era el Hombre cabal, el único Santo.

De nosotros, que conocen nuestros pecados y contradicciones, que no sólo hemos jugado con ellos en las plazas, sino que hemos perdido con ellos las ocasiones del buen ejemplo y el compromiso, ¿cómo no van a desconfiar?... A pesar de todo, hay una luz en la palabra que no es nuestra, una gracia en el sentimiento que edifica, un arrepentimiento sincero que ennoblece. Somos profetas aquí y ahora porque Dios lo quiere y nos lo pide: Él sabrá cómo y cuando se quedará definitivamente la mañana sobre el amado mar del Tiberíades.



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