18 agosto, 2012

DOMINGO XX del TIEMPO ORDINARIO. Efesios 5, 15-20 ; Juan 6, 51-58

Pie de Cristo. La Piedad de M.A.
FIJAOS BIEN CÓMO ANDÁIS

A veces tantas lágrimas juntas no nos dejan ver cómo andamos. San Pablo en Efesios nos lo avisa: fijaos bien cómo andáis. La inmensidad de cada uno debiera ajustarse al hueco de una ventana y calcular, si fuera posible, qué montañas nos quedan por subir, en el recodo de qué llanura están los ríos, en la copa de qué árboles duermen los pájaros. Pero Dios ha querido que nada sea previsible y que escalemos diariamente por los andamios de la duda hasta llegar a Él.

En algún sitio he leído o me han dicho o lo he inventado, que preguntaron a un anciano con más de cien años los motivos de tan larga vida:

-He agradado a Dios procurando hacer bien tres cosas: Amar como he sabido, regar el jardín y la huerta e ir a misa.

Bien sabe Dios que no siempre se ama bien  --proseguía el anciano--, que con frecuencia se confunden con amor los desatinos, el hilo del placer que se esconde entre los dedos, la sustancia de los caprichos... Pero un día encontré a mi mujer que descansaba en un pozo aguardando su turno de agua. Desde entonces todo lo amé desde ella. Y los hijos bebieron siempre la eternidad de aquel encuentro... más de una vez quisieron robar, para sus bocas, nuestros besos.

Regando el jardín y la huerta aprendí la paciencia dolorosa del trabajo. Aprendí, sobre todo, que en la vida se necesitan, con la misma urgencia, patatas y rosas, perfumes para el alma y comida para el cuerpo. Y antes de que amaneciera yo salía cada mañana en busca de las esperanzas sembradas. Muchas tardes regresaba a casa con el alma caída. Pero siempre tuve la constancia de ir, la voluntad de que asomaran las raíces.

Ni un domingo siquiera he dejado de ir a misa. El cura nos hablaba siempre del pan de Jesucristo recién hecho, del horno incansable de su corazón, de la panadería de Dios, para que no nos faltaran las fuerzas ni su presencia. De que no debíamos ir a comerlo de cualquier manera. De la fatiga del hombre que no se sienta a su mesa. Un día al cura se le olvidó consagrar, pero no se le olvidó el amor que nos tenía y nos convidó del Pan guardado, tan crujiente y nuevo como si lo hubiera sacado del pecho...

Y ustedes podrán decirme por qué hoy, con tanta necesidad, con la falta de trabajo, con la multitud de problemas que se están viviendo, viene usted a contarnos estos cuentecillos, este derramamiento de inocencias... Y yo les digo que sí, que quizá nos haga falta a todos empezar de nuevo. 

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