07 diciembre, 2013

INMACULADA CONCEPCIÓN. II Domingo de Adviento. Génesis 3, 9-15 ; Lucas 1, 26-38

(Foto: Inmaculada. Pquia. San José de Estepona)

DAR LA CARA Y EL CORAZÓN DESOCUPADO

Es complicado detectar en qué consisten los pecados graves y cuando se convive con ellos sin apenas darse cuenta. ¡Hoy se prodiga tanta laxitud y tanta confusión!... La referencia de siempre a cómo vivir sin pecado la tenemos en la Virgen Santísima, en su decisión de no esconderse y en su disponibilidad para que se cumpla en Ella la voluntad de Dios.

En la cita del tercer capítulo del Génesis, Dios le habla a un Adán que se esconde porque se siente desnudo y sin conciencia:

- Fue la mujer que me diste por compañera  --se defiende-- la que me hizo pecar. 

Y cuando Eva emerge también de su escondite, del mismo modo se justifica:

-Ha sido la serpiente que me engañó...

En los seres humanos casi siempre le echamos la culpa a los demás de nuestros pecados. No a la propia cobardía ni a la ignorancia ni al despropósito, sino a la mediocre educación recibida, a las taras vividas en familia, a la poderosa  influencia de los amigos... La Virgen no tiene motivos para esconderse  detrás de la hoja de parra. A nadie puede echarle la culpa de una culpa que no tiene. Está desposada. Quiere a un hombre de la familia de David. Todo está a punto para las bodas y para los vinos. Para que se cumpla el amor todo está a punto, pero Dios la llama y Ella cambia su corazón ocupado en corazón disponible. José, mientras, aprieta sus manos en la vara de la que sólo brotan azucenas.

El corazón.

Sólo puede ofrecerse cuando está desalquilado, libre de historias y de muebles, embellecido y limpio, transparente para que el Espíritu-Dios-Esposo vaya adornando de divinidad y gracias las paredes nuevas, abiertas para otros colores, enjoyadas en cal... Los nombres y las lámparas que hasta ahora vivían en el corazón y en la casa, no es que estorben sino que ocupan un lugar menor hasta que también Dios las recree en su importancia. José, el novio, el que viene del tronco de David, escucha y mira, y no se explica de dónde ha venido la lluvia que ha puesto en sus ojos tantas lágrimas.

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