04 octubre, 2014

DOMINGO XXVII del TIEMPO ORDINARIO. Mateo 21, 33-43




DIOS CONFÍA


Trigales y viñedos son los campos preferidos del Señor para hablarnos de mimos y de frutos, de vendavales y presencias. De uvas que esperó sabrosas y el sol de la vida, sin embargo, se bebió el jugo antes de llegar a la mesa.

Sobre el corazón de Israel. Sobre nuestro corazón, ya en la Iglesia, Jesucristo ha construido con su mano el lagar donde pasar las noches de la vendimia, miniaturas de andamios en las parras que sujetaran el peso de los racimos cargados, protección de toldos que hicieran huir, de la hermosura de la uva, los pájaros y el frío. Cuando se agotaron los regalos, esperó en nosotros el fruto de su cariño, el vino de su trabajo…

Manos engañosas, ruindades de la indiferencia, egoísmos marcados favorecieron el fracaso de los resultados y no fueron  --y no fuimos— capaces de dar la cara ante la decepción: matamos al Hijo que venía, no a pedirnos cuentas, sino a negociar las devoluciones.

…En la vida también pasa: quien da al amigo lo mejor, suele perder lo mejor y al amigo…

¿Qué hará el dueño de la viña, entonces?. Volverá a meter su mano en los arroyos para que el agua lave la sangre con que mancha el desamor de los hijos. Otra oportunidad y otra hasta que no haya tierra bajo nuestros pies ni bocas que beban licores ni sean precisas las uvas. Dios espera.

En alguna proporción también nosotros hemos sufrido esa respuesta de los hijos más amados. Fueron educados para que diesen dorados racimos y no agriverdes contestaciones. Acompañados con la vid crecida de la fe y no para recibir de ellos los sarmientos cortados… Es, como escribe Antonio Gamoneda, otra vez la luz debajo de la niebla  y un error dulce que nos cierra los ojos.

Dulces son siempre los errores de los hijos. Puede que el tanto amor nos haya sin querer maleducado. Pero Él insiste con el Pan y con el Vino. Dios confía.


(Foto: P.V.)

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