06 diciembre, 2014

DOMINGO II de ADVIENTO. Marcos 1, 1-8




BAUTISMO DE AGUA. BAUTISMO DE FUEGO



A mi modo de ver son los poetas quienes mejor traducen al lenguaje familiar los secretos de Dios y de los hombres. Quienes mejor escuchan los silencios. Por eso san Juan evangelista se traslada del pecho del Maestro a la palabra con la misma naturalidad que el relámpago se da prisa en llegar de la luz a los ojos. Y fray Juan de la Cruz, el santo carmelita, navega entre las nieves de Granada para encender desde el frio el fuego de su Llama.

Don Antonio Machado, sin salirse del Duero, sin pretenderlo, nos acerca hoy a la consistencia del bautismo de Juan y al fuego del otro bautismo, el que inaugura Jesucristo con el corazón en la mano.

Juan se calza las sandalias al amanecer, ajusta las pieles de camello a su cintura, desayuna  --según encuentre—  langostas de campo o mariposas y se coloca a la cabecera del Jordán para que los judíos, lavados por él en el agua, acomoden su limpieza a la venida del Mesías, que está a un paso de asomar la cabeza. Es el bautismo de los que están cansados de descubrir cada día manchas nuevas en su vida, de los que necesitan estrenar paisajes y dejar atrás el cansancio de las cadenas. Con este bautismo se le perdonan los pecados, pero nada más.

Como el bautismo de Juan, el agua del Duero machadiana corre, pasa y sueña. Pasa, levantando los ojos a los sauces de las orillas; corre, huyendo de la memoria; y sueña con un mundo distinto en el que no tenga sillón de preferencia la sombra del pecado. Nadie hay, sin embargo, en este camino del agua, que sepa orientar su locura.

El bautismo de fuego del Señor Jesús también tiene en el poeta sevillano su metáfora. En el Espino, la colina que lame el Duero, sobrevive un olmo frente al cementerio, donde la luna se detiene cada noche en lo perdido. Machado descubre en su tronco una multitud de grises con los que tejen las arañas sus enredos y también, y sobre todo, una inesperada rama verde que alimentó con candela en los labios la última lluvia de la primavera. Frente a la muerte y con la muerte, dentro del olmo moribundo ha surgido la vida…


Así es el bautismo de fuego que nos regala Jesús: un agua de primavera que no sólo limpia, sino que transforma, una llama que quema las raíces podridas y levanta sobre el yunque la desesperación de una flor que necesita su mano y su jardín para ser ella misma. El bautismo de Jesucristo es la llama viva del amor que no cesa. Y un compromiso de luz sobre la tierra.

(Foto: el olmo seco de Machado. P.V.)

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