29 noviembre, 2014

DOMINGO I de ADVIENTO. Marcos 13, 33-37




CAMPANAS AL VUELO



Definitivamente Adviento es un tiempo de campanas. Acostumbrados estamos a las campanas que avisan cuando están cerca los peligros, que ahuyentan a los ladrones en la noche, que vigilan con alborotos los nidos de las cigüeñas. Campanas que son alertas de vigilancia, viejas alarmas que serenan la confianza.

Un gato juró a su gata que ya nunca más se casaría por la iglesia porque, cuando más amor se estaban ofreciendo en el campanario, les sorprendió un repique a fuego en la casa de enfrente… A veces molestan las campanas, pero siempre son un regalo de mejor compañía. Las campanas vigilan la conveniencia de los silencios.

La voz de Dios es la mejor campana.

Por eso hoy nos dice con sonidos de su corazón: ¡Velad!. No para que seamos carne de miedo, sino preparación de regalo. Como en aquellas bodas del primer milagro cambió Jesucristo las tinajas de agua en sabroso vino, hoy viene a canjearnos el asombro de la turbación por la sorpresa de la esperanza.

Porque hay dos maneras de velad: la del que no puede cerrar los ojos intuyendo la inmediata visita de los ladrones y la del que ronda con los ojos cerrados porque las campanas de su corazón anuncian la deseada presencia. La vigilancia por desasosiego o la vigilia del que aguarda con ansia los amores.

Adviento es un tiempo de campanas. En cualquier caso, hasta Navidad sus latidos no nos dejarán dormir con sueño profundo ya que hay muchas cosas que cambiar en nosotros todavía (Pues creer que admite Dios a su amistad a gente regalada y sin trabajos, es disparate. S. Teresa C. 2,3). Y otras más que ahuyentar.


Mientras esto sucede, pidamos a Dios que no nos falten las campanas.

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