14 enero, 2006

DOMINGO SEGUNDO TIEMPO ORDINARIO 1 Sam. 3,3b ; Juan 1,35-42


LAS VOCES Y LOS ECOS

En la noche, con la lámpara del Santuario encendida, Samuel escucha que una voz le llama. Cree que es la de Elí, a quien sirve, pero Elí no le ha llamado... Así una y otra vez hasta que, advertido, Samuel contesta: Aquí estoy (igual que la Virgen) para hacer tu voluntad.

Con sus poemas, don Antonio Machado, enseñaba a distinguir las voces de los ecos. Desde las voces, se nos llama por el nombre, se nos distingue dándonos un destino, al mismo tiempo que sentimos el amor en la palabra. En los ecos, sin embargo, vemos un mensaje común, una advertencia colectiva, nada que pueda cautivarnos, ningún aprecio por el que merezca la pena comenzar.

Las voces llegan susurrantes, como duendes de la noche. Las voces no se cansan de decir tu nombre con la sola intención de que escuchemos la misma palabra con distinto sonido. Samuel, Diego, María... y uno cree que esas son las palabras del sueño, hasta que te despiertan y comprobamos que la noche no habla, que ha de ser alguna garganta que reclama tu lengua para decirse. Dios nos despierta cuando más dormidos estamos para que podamos escuchar con Él la conversación de todas las estrellas.





VENID Y LO VERÉIS

Porque la Iglesia es eso: la suma de todas las conversaciones que tenemos a la noche con el Señor.

Cuando dos discípulos rezagados siguen al Maestro sin decirle aún lo que querían, Jesús los despierta con su pregunta: "Qué queréis". ¿Dónde vives, Señor?. Venid y lo veréis...

Porque Él no vive en ningún sitio concreto, Él vive en la Palabra. Jesús es voz que va de acá para allá, abriéndose paso con el sonido de su doctrina. En vano pueden buscarse explicaciones para definir a Aquel que es huella de viento sobre los labios y que deja sed, mucha más sed, cada vez que se posa.

¿Dónde vives?. Jesús vive en el deseo de una luz que está por encenderse dentro. Vive en la raíz y al mismo tiempo es rama, hoja y ojos para mirar a Cefas y decirle: "De ahora en adelante te vas a llamar Pedro", porque no se puede tener de antiguo ni siquiera el nombre, después de haberme conocido. "Venid y lo veréis" y, callando, gritaréis conmigo que no hay palabras para cantar el gozo de habernos descubierto.

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