04 febrero, 2006

DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO Marcos 1, 29-39



LA SUEGRA DE PEDRO

Es es único dato evangélico que nos permite saber la condición de casado del apóstol. Nunca leí el menor comentario sobre cómo debió ser la esposa del Cabeza de la Iglesia, tampoco se desliza en la escritura sagrada ningún rasgo de la mujer de quien fue roca y arena al mismo tiempo, decisión y llanto a la vez, y siempre firmeza apasionada. ¡Ah, Pedro!, hermoso y difícil destino el tuyo. Conociéndote, tu esposa debió tener las manos fuertes para coser las redes y el alma dispuesta al encuentro para cuando llegaras a la noche, cansado del agua y de la luna. Vocación debió tener, como tú, para estar horas y horas al acecho del embeleso y la palabra.

El caso es que Jesús cura a su suegra y ésta, sin fiebre y mejorada, se dispuso a servirles. Es preciso estar sano para servir, se necesita estar limpio para dar resplandores. Sin Dios, el bien es sólo filantropía; con Él, todo lo que pueda darse lleva la añadidura de la divinidad.

ORA PORQUE TODOS LE BUSCAN

Espera a que se haga de noche, a que todos duerman, para que sea más rica y sonora la vigilia. Tiene necesidad Jesús de estar a solas con el Padre, urgencia de destejer el misterio para ser entendido por los hombres. Pediría en la oración un enjambre de abejas que endulzaran en su boca las palabras. Era su tarea atravesar la coraza de tantos como esperaban a un Mesías con otras arrogancias.

Jesús necesita hablar con el Padre para recuperar en la noche su identidad divina y regresar a la mañana envuelto en amores y milagros. Debió darse cuenta de que todos le buscaban porque estaban solos de sí mismos, cautivos de enfermedades y demonios, llenos de sal y dudas. Buscaban a Jesús para evitar su naufragio sin descubrir que el Maestro sólo había venido a quererlos.

Todos te buscan, pero Jesús se esconde para orar en las sombras de la noche y regresar a los daños y a los miedos, a las diferentes pobrezas de los hombres con su mano más fuerte para curarlos y con la mano del Padre para que, además, se sintieran del todo perdonados. Iban a que les curara el cuerpo y se llevaban también curada el alma. Ah, quién nos iba a decir que podíamos soportar tanto cariño.

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