07 abril, 2007

DOMINGO DE RESURRECCIÓN


LA NOCHE VIGILADA
La humanidad ha sido creada para eternamente pasear por los jardines. El mal o la serpiente, la manzana o la desdicha, la poca experiencia o el desorden, nos llevaron a la calamidad del extravío. Hoy, con la resurrección de Cristo, vuelve el olor a las rosas que fueron cortadas y la singular blancura de los jazmines sobre la inmensa biznaga del Paraíso.
El futuro del hombre no es la nada. Es la vida. Y no una vida cualquiera, sino aquella que el alma ha guardado de generación en generación sostenida por una memoria sucesiva de jardines.
Por eso la noche del sábado santo, con todo el dolor oscuro de la madrugada, espera impaciente ver cumplida la promesa que hizo Jesús a los suyos de resucitar. La contraseña era no cerrar los ojos por si pasaba la luz de largo y que no pudiéramos verla o por si alguien robaba el cuerpo del Maestro para romper el equilibrio de la verdad. La noche se cerró en sí misma y no permitió que nadie atravesara el blindaje de tan alta esperanza.
A la Iglesia nos queda el hondo perfume de los paraísos perdidos, la huella intacta de la luz que anunció la Vida para siempre esa mañana de la Pascua. Sólo necesitamos encontrar el surco adonde sembrar la maravilla, para que el mundo se asegure una cosecha de luces y de flores, una aurora de amor inacabable.

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