28 abril, 2007

DOMINGO TERCERO DE PASCUA Juan 21, 1-19



TESTIGOS

Para San Juan los discípulos son ya todos los que creen, cuantos aguardan que una luz, como a Pablo, les vaya indicando el camino de la decisión. Y serán, por fiarse, los primeros testigos. El Señor los recompensa con el hilo de nieve de su presencia. Después vendrá el Espíritu marcando itinerarios, pero ahora es tiempo sólo de contemplar cómo atraviesa las paredes, cómo los amansa con la Paz. Ahora es tiempo de quedarse extasiados viendo a su Maestro, al mismo Mesías Jesús que se cansaba con ellos por los alrededores de Tiberíades, transparente, como hecho de vapores sus manos y su rostro. Ellos son los testigos. Y seguramente guardarían aquel resplandor hasta la muerte, como niños que no sueltan el mejor regalo.

EL AMOR A PEDRO, EL AMOR DE PEDRO

Desvalido, como siempre. Como siempre fuerte y débil a la vez, de piedra y de arena, con las olas muy cerca para disimular el llanto. Pedro, sin esperarlo, se encuentra de pronto con la voz y la fuerza del Maestro: Pedro, ¿me amas?... Está poco acostumbrado el pescador a enfrentarse con delicadezas, y le responde como sabe, como puede, quizá mirando al agua o al pescado sobre la brasa.

Sólo quiero detenerme un instante en la actitud de Jesucristo que, como un mendigo, como el más pobre de los hombres pregunta si le quieren. Hasta el final, el Hijo Todopoderoso del Padre, es más hombre que ninguno.

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