11 septiembre, 2009

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO Isaías 50, 5-10; Marcos 8, 27-35










CONSECUENCIAS DE LA FE





Tanto Isaías como Santiago nos reclaman hoy posturas que demuestren la verdad que nos ocupa. Sólo si Dios es el dueño de nuestro corazón y el Espíritu ilumina las oscuridades de la convivencia, se puede "dar la espalda a los que nos golpean" y ofrecer obras de bien que sirvan de resplandor a los que no han salido de la noche todavía. La fe, como el amor, se cumple en el día a día de la vida, en el peregrinaje de las palabras, en la docilidad de los gestos, en la benevolencia de las acciones.


David siempre será más fuerte que Goliat porque entendía de música y poemas, sujetaba en su persona la fortaleza de haber sido elegido y tuvo paciencia y ternura para un rey que se había vuelto loco por no hacer caso a las profecías de Samuel, que le señalaban las direcciones de Dios.


Las obras de la fe son caudales de gracia que despiertan y contagian un porvenir solidario. Ayer vi a un matrimonio joven sonreir después de haber perdido un hijo y entendí que del manzano nacen robustas las manzanas cuando vino a su tiempo el agua de la lluvia.






"QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY"...LA SABIDURÍA DE LO QUE SE IGNORA

"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios"... pero hasta aquel día Pedro no supo que Satanás es también un compañero de viaje sin quererlo. Le faltaban a Pedro --a todos nos siguen faltando-- aprobar las asignaturas del fracaso para reconocernos por fin seguidores del Maestro. A Pedro le gustaba más la gloria del domingo de ramos frente a la cruz del viernes santo, pero la maravilla siempre llega después de haberla conquistado.

Jesús supo, sin embargo, que la respuesta del primer apóstol fue también entonces fruto de la ignorancia: "Quién dice la gente que soy?"... Y no lo sabían. Y no lo sabemos. Somos esa página en blanco que los demás escriben con su tinta sin averiguar demasiado que cada uno lleva su propia escritura, su dolor antiguo, su caligrafía marcada por la mano del misterio.

Nos gustaría saber del todo quién fue Jesucristo, como nos gustaría conocer del todo los enigmas de nosotros mismos, pero cada mañana aparece lo imborrable que llevamos y nos duelan las viejas cicatrices de la ignorancia, que sólo se apagan suficientemente en la medida en que va circulando la sangre nueva de los pequeños descubrimientos.

"Quién dice la gente que soy?"... Y eres --y somos-- esa luz que camina a través de la niebla, ese florecimiento de promesas que poco a poco abre al aire las ventanas del deseo hasta que concluye un saber y se empieza de nuevo.




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