19 septiembre, 2009

DOMINGO XXV del TIEMPO ORDINARIO. Sabiduría 2,12ss; Marcos 9,30-37





EL ESPEJO


Tanto el libro de la Sabiduría como la carta de Santiago nos recuerdan el barro de donde venimos y el horizonte hacia donde vamos. Entre el principio y el fin, el oso y el pájaro que somos, lucha cada uno por su alimento y por su territorio. En el recorrido, hemos de procurar al fin quien debe ser el vencedor.


Nada hay, dice el libro de la Sabiduría, que nos ofenda más que ver progresos en el otro, descubrir sus virtudes y méritos o el reconocimiento público de sus cualidades. Subiendo en el ascensor de mi casa, una señora me confesó que se ponía de espaldas al espejo porque no quería verse tan de cerca las arrugas... Están ahí, me dijo, pero no quiero verlas.


En el espejo de nuestras fuentes, como en el agua cordobesa de la fotografía, siempre hay desbordes , arrugas y naranjas. Pero las fuentes se limpian con el empeño de los trabajos, y podemos terminar pareciéndonos a los demás en la bondad de sus conquistas si, en el lugar de las envidias, colocamos los esfuerzos. Antes que ponerse de espaldas al espejo, es preferible mejorar con *determinadas determinaciones* las comodidades del alma.



LOS NIÑOS SON LO PRIMERO


Esa manera de entender la vida como importancia, es anterior aun a los apóstoles y permanecerá más allá de nuestro tiempo y de nosotros mismos. No terminamos de entender aquello que leí -o no sé si fue ocurrencia-- de que ser perecedero es estar ya pereciendo y, de algún modo, perecido. Ser el primero o el más importante en cualquier trabajo, en cualquier historia, es no haber descubierto con Séneca que cualquier altura puede ser despeñadero.

El que quiera ser más importante, debe ser el más servidor, porque la importancia no está en llamarse Ernesto --parodiando a Oscar Wilde--, sino en reconocerse hijo del bien y la humildad. En arrodillarse, sabiendo que en el otro vive Jesucristo. Cuánto mérito tienen aquellos que necesitan poco para ser ellos mismos. Los que no precisan adornos ni afeites, añadiduras o seguridades para sentirse en el mundo valorados. Porque los desajustes, refiere hoy Santiago en su carta, vienen de haber permitido que nos crezcan demasiado las ambiciones.

Jesús colocó a un niño en medio de la discusión y lo señaló, en su poquedad, como el más relevante, la bandera inocente donde hemos de poner los ojos para que a todos nos alcance la limpieza de esa luz. Una luz que, sin darle tiempo a nacer, quieren ahora las leyes apagar... Parecidamente, en estos días se ha escrito con acierto que nadie, por más votos que tenga, se puede arrogar el derecho de poner boca abajo la verdad y presentarla, con el mismo desparpajo, como si estuviera boca arriba.

Los niños. Los niños son lo primero. Y los niños son niños desde el principio. Debemos cuidarlos y educarlos con sabiduría y valores, porque muchas de las cicatrices que aún de mayores mantenemos son rayaduras de infancia, pájaros que se nos fueron.

No hay comentarios: